El arte de nombrar-se
Soy obsesiva con el tema del nombre: el de las personas, de las cosas, de todo lo que existe. Fue el tema de mi trabajo de pregrado y me sigue rondando, pero ¿cómo no? Si no hay cosa más humana que nombrar (¿o acaso la gata le pone nombre a sus crías?). “Todos tenemos algo qué decir de nuestro nombre" escribía una joven yo aspirante a psicóloga hace dos décadas: “si nos gusta o lo odiamos, si era el de algún pariente que no conocimos o del artista de moda en la época en que fuimos concebidos... Nuestros padres al nombrarnos, nos dan verdaderamente la vida, pues antes flotamos en la nada de la indiferenciación; el nombre nos da acceso a lo simbólico del lenguaje". Recuerdo que hace algunos años mi pequeña ahijada cambiaba de nombre cada semana y pretendía que toda la familia la llamara con el de su momentáneo capricho; pues bien, algunos se molestaban e insistían en llamarla por el nombre que le habían dado sus padres. Yo accedía a sus deseos con gusto pues no creía que esto