Ese activismo necesario
Escuché sobre alguien que vino de Venezuela -donde tenía un cargo directivo en un banco- a trabajar en “una de esas maquilas de Pat Primo" en mi ciudad. Reconozco que la palabreja hizo que me estremeciera: “¿esas cosas existen en este país?" creía que estaban en lugares lejanos, como la China o Indonesia, nunca imaginé que podrían estar siquiera cerca de nosotros, en esta pequeña villa fronteriza plagada de desempleados. Me propuse no volver a comprar esa marca, aunque recordé que prácticamente ya no compro nada de ninguna marca. Y es que sólo de pensar que esas prendas han sido fabricadas por niñas, adolescentes o mujeres famélicas en jornadas extenuantes con salarios de miseria, me siento incómoda y avergonzada: es por eso que dejé de ir a almacenes como Zara aunque haya promociones, a H y M y hasta a Desigual, cuyos carísimos vestidos pueden haber sido pagados a un precio irrisorio a aquellas sufridas manos que les dieron vida. No sólo el tema del vestuario se ha v