Ese activismo necesario
Escuché sobre alguien que vino de Venezuela -donde tenía un cargo directivo en un banco- a trabajar en “una de esas maquilas de Pat Primo" en mi ciudad. Reconozco que la palabreja hizo que me estremeciera: “¿esas cosas existen en este país?" creía que estaban en lugares lejanos, como la China o Indonesia, nunca imaginé que podrían estar siquiera cerca de nosotros, en esta pequeña villa fronteriza plagada de desempleados.
Me propuse no volver a comprar esa marca, aunque recordé que prácticamente ya no compro nada de ninguna marca. Y es que sólo de pensar que esas prendas han sido fabricadas por niñas, adolescentes o mujeres famélicas en jornadas extenuantes con salarios de miseria, me siento incómoda y avergonzada: es por eso que dejé de ir a almacenes como Zara aunque haya promociones, a H y M y hasta a Desigual, cuyos carísimos vestidos pueden haber sido pagados a un precio irrisorio a aquellas sufridas manos que les dieron vida.
No sólo el tema del vestuario se ha vuelto complicado; existen unos almacenes de todo a mil, a dos mil o a cinco mil, a los que es inevitable entrar sin comprar al menos una chuchería, a los cuales ahora ni me acerco, pues estoy segura de que cosas tan baratas fueron fabricadas en condiciones deplorables, con materiales de mala calidad por trabajadoras y trabajadores mal pagos y con el agravante de la obsolescencia programada. Entonces, considero que por ningún motivo debo comprarlas.
En cuanto a la comida, el asunto se torna un poco más angustioso: si bien evito consumir productos procesados, tomar bebidas gaseosas que causan enfermedades y obesidad o comidas rápidas de cadenas que además de producir alimentos dañinos para la salud utilizan a jóvenes estudiantes a los que pagan salarios por debajo de lo debido (con la excusa de que ellos no tienen familias que mantener y sólo trabajan en sus ratos libres para pagarse ciertos lujos), lo que no he logrado aún es adherirme al movimiento por la liberación animal que promueve, entre otras cosas, el veganismo.
Intento aplicar lo de un día a la semana sin carne como ayuda para el planeta, sé que debería asesorarme con especialistas antes de modificar mi dieta pero, ¿seré capaz de vencer mi resistencia a un cambio en los hábitos alimenticios que han acompañado todos mis años de vida? Estoy en contra del maltrato animal y no iría a una tienda de mascotas a comprar un cachorro, siempre he preferido y aplicado la adopción y lo seguiré haciendo aunque me sigo preguntando ¿hasta dónde llega mi preocupación y empatía hacia otros seres vivos?
Podríamos seguir con otros tópicos que exigen alguna postura como el de la xenofobia hacia los migrantes, el asedio a los palestinos en la Franja de Gaza, la destrucción de la Amazonía o el deshielo de los polos, sobre los cuales a veces no podemos más que sentirnos impotentes, pues la mayoría de nosotros apenas logra disminuir el uso de plástico reutilizando su botella de agua y usando una bolsa de tela para las compras en el supermercado.
Lo cierto es que el mayor acceso a la información que permite el uso de internet y los dispositivos electrónicos nos empujan a convertirnos en militantes de causas nobles, aunque de ninguna manera podemos dejar de lado la consciencia política, la movilización social y la coherencia en nuestros actos, pues de lo contrario estaremos destinados a ser simplemente seres angustiados e inútiles detrás de una pantalla, o peor, dueños de una auto atribuida superioridad moral cómoda y dañina, tanto para nosotros mismos como para este planeta que tanto nos necesita.
Me propuse no volver a comprar esa marca, aunque recordé que prácticamente ya no compro nada de ninguna marca. Y es que sólo de pensar que esas prendas han sido fabricadas por niñas, adolescentes o mujeres famélicas en jornadas extenuantes con salarios de miseria, me siento incómoda y avergonzada: es por eso que dejé de ir a almacenes como Zara aunque haya promociones, a H y M y hasta a Desigual, cuyos carísimos vestidos pueden haber sido pagados a un precio irrisorio a aquellas sufridas manos que les dieron vida.
No sólo el tema del vestuario se ha vuelto complicado; existen unos almacenes de todo a mil, a dos mil o a cinco mil, a los que es inevitable entrar sin comprar al menos una chuchería, a los cuales ahora ni me acerco, pues estoy segura de que cosas tan baratas fueron fabricadas en condiciones deplorables, con materiales de mala calidad por trabajadoras y trabajadores mal pagos y con el agravante de la obsolescencia programada. Entonces, considero que por ningún motivo debo comprarlas.
En cuanto a la comida, el asunto se torna un poco más angustioso: si bien evito consumir productos procesados, tomar bebidas gaseosas que causan enfermedades y obesidad o comidas rápidas de cadenas que además de producir alimentos dañinos para la salud utilizan a jóvenes estudiantes a los que pagan salarios por debajo de lo debido (con la excusa de que ellos no tienen familias que mantener y sólo trabajan en sus ratos libres para pagarse ciertos lujos), lo que no he logrado aún es adherirme al movimiento por la liberación animal que promueve, entre otras cosas, el veganismo.
Intento aplicar lo de un día a la semana sin carne como ayuda para el planeta, sé que debería asesorarme con especialistas antes de modificar mi dieta pero, ¿seré capaz de vencer mi resistencia a un cambio en los hábitos alimenticios que han acompañado todos mis años de vida? Estoy en contra del maltrato animal y no iría a una tienda de mascotas a comprar un cachorro, siempre he preferido y aplicado la adopción y lo seguiré haciendo aunque me sigo preguntando ¿hasta dónde llega mi preocupación y empatía hacia otros seres vivos?
Podríamos seguir con otros tópicos que exigen alguna postura como el de la xenofobia hacia los migrantes, el asedio a los palestinos en la Franja de Gaza, la destrucción de la Amazonía o el deshielo de los polos, sobre los cuales a veces no podemos más que sentirnos impotentes, pues la mayoría de nosotros apenas logra disminuir el uso de plástico reutilizando su botella de agua y usando una bolsa de tela para las compras en el supermercado.
Lo cierto es que el mayor acceso a la información que permite el uso de internet y los dispositivos electrónicos nos empujan a convertirnos en militantes de causas nobles, aunque de ninguna manera podemos dejar de lado la consciencia política, la movilización social y la coherencia en nuestros actos, pues de lo contrario estaremos destinados a ser simplemente seres angustiados e inútiles detrás de una pantalla, o peor, dueños de una auto atribuida superioridad moral cómoda y dañina, tanto para nosotros mismos como para este planeta que tanto nos necesita.
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