He dicho basta
La vida se aprende viviendo: no me pidas, niño, que te muestre el mundo del que ya estoy de vuelta.
No tengo por qué enseñarte el Golem de Borges ni la locura de Gena Rowlands en Una mujer bajo la influencia; no esperes que te cuente que Nina Simone escupió la rabia negra y aún me estremece la canción de Silvio; no quieras conocer a través de mis ojos la belleza de Brando.
¡Yo! ¡Que suspiré tantas veces por la muerte de Emma Bovary y la injusticia cometida con Valjean!
Que aprendí mi primer poema a los 6 y buscaba en los periódicos del domingo las caricaturas y el crucigrama que nunca lograba llenar.
No pretendas convencerme de que la letra escrita no importa, mientras me tratas de impresionar con tu pasión inagotable y te ríes con payasos que no buscan emular a Keaton ni a Chaplin: yo perdí a Garzón bajo las balas en una esquina.
Fui envilecida por Escobar en los ochentas y un poco asesinada con Pizarro en los noventas.
Lloré con cada masacre en los pueblos de mi tierra.
(Pero no tienes por qué saber de eso y tampoco tienes la culpa).
Solo venimos de tiempos distintos, de viajes en tren, yo; y en aviones supersónicos, tú.
No lo hagas ahora, que solo deseo hacer mermeladas y sentarme en una mecedora con un gato sobre mis piernas, mientras suena la voz quebrada de Serrat en el viejo radio.
Deja que muera en paz.
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