“Si tengo que esforzarme, no es lo mío, no me interesa". Diario de un gato

Soy un gato adulto, hembra, para más señas, aunque evito usar la palabra gata -que los humanos han hecho peyorativa usándola con propósitos ofensivos hacia las hembras de su especie-.

No siempre fui un felino, sé que tuve muchas vidas aunque no las recuerdo todas, pero estoy segura, por ejemplo, de que hace unos siglos atrás fui una aristócrata. Recuerdo levantarme a cualquier hora del día cuando los criados abrían las cortinas, desayunar en una linda terraza con café y tostadas escuchando noticias sobre mis lejanas propiedades y llevar una vida dedicada a los negocios, el arte y las grandes fiestas y tertulias en la corte de algún rey. Solo debía preocuparme por no caer en desgracia con el Soberano y administrar los bienes heredados para que no desaparecieran y mis descendientes no me maldijeran eternamente.

Un par de siglos después fui un escritor fracasado y pretencioso. No leía a nadie más que a mí y me sentía el mejor del mundo; hablaba mal de todos los demás escritores y me sentía orgulloso de mi poco intelecto y cultura. Morí en la miseria, pero no en esa en la que falta el pan, sino en la que ennegrece el alma, porque traicioné a todos y a mí mismo por querer dejar mi nombre en los anales de la historia, cosa que tampoco pude lograr.

Unas décadas después, en los tiempos de las grandes revoluciones, fui una hermosa cortesana atormentada entre los vientos de liberación y el deseo de aferrarme al pasado esplendor. Fui amada y amé más de lo indecible a muchos hombres, les di placer y me lo dieron, muchos perdieron la cabeza por mí y quisieron atarme a sus dormitorios, pidieron que mi vientre diera frutos pero yo no deseaba ser una madre abnegada; luché por hacerme oír, supliqué que me amaran sin títulos ni cadenas, sin rutinas ni familiares entrometidos, sin recriminaciones ni cuentas por pagar. Ninguno de mis amantes pudo asumirlo y tuve que envejecer y morir sola.

Ahora y por suerte soy una especie de dios vivo: ya no tengo más que pedirle comida a mi olvidadiza humana en las mañanas y por las tardes, tomar el sol siempre que se pueda y estar a una distancia prudente de la pequeña ilusa que me alimenta para evitar que cometa tonterías. Es un trabajo fácil, ella es algo ingenua y enamoradiza pero toda una buenaza. Y me idolatra.

La vida y su evolución me trajeron hasta aquí en una suerte de nirvana y creo que me lo merezco. Si algo he aprendido es que debo respetar mi esencia, ser lo que he sido y soy, no importa lo que digan los otros ¡Que ellos vivan a su manera y me dejen en paz! Porque si tengo que esforzarme por conseguir algo, ya sea dinero o amor, sencillamente no vale la pena.

Lo único que sé es que esta vez moriré y nunca más regresaré. Lo siento por los que nunca llegarán a ser gatos...

¡Miau! (adiós).

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