El café que nunca fue

Ella no es una mujer de esas que quitan el aliento, pero hay algo en sus ojos, en su cuerpo que atrae. La novia de mi humano ya no es joven, no tiene en su piel la lozanía de los veinte y en su pelo asoman hilos de plata que cubre con todo tipo de tintes. Pero es buena y ama apasionadamente, aunque a veces me asfixia con sus abrazos, tanto como a mi noble compañero, que los acepta con estoicismo.

De sus conversaciones luego del amor -que observo a prudente distancia desde el armario o al borde de la ventana- he podido extraer que su padre murió siendo una niña y ella era su adoración, por lo que se sintió terriblemente sola y abandonada a partir de allí. Se crió con una madre estricta y fría, que siempre estaba cansada y de mal humor, que no demostraba su afecto y a la cual ella y su hermano temían, por eso hacían solos sus deberes escolares y mantenían aseada la casa. Se sintió siempre necesitada de alguien que la defendiera y apoyara, que le preguntara cuáles eran sus sueños y temores, que estuviera ahí para ella cuando nadie más estaba. Por eso buscó desesperadamente el amor y se aferró a los hombres de su vida.

Al parecer, todas sus relaciones fueron largas y gastó gran parte de su energía en conservarlas, luchando contra ella misma y su naturaleza rebelde, indomable y sensual. Fue infiel y lo pagó caro, fue fiel y no hubo diferencia. Llegó a mi humano herida y con el corazón hecho pedazos: otra vez abandonada; se aburrieron de ella y su falta de compromiso con la vida, su desinterés por todo, su pasión incandescente que se consumía en 10 segundos y luego se convertía en apatía y cinismo. Ya no era una niña y se había opuesto a todo: al trabajo, al matrimonio, a la religión, a la política. Se sentía vencida y con ganas de morirse.

Ella siempre repite que a pesar de lo doloroso de las rupturas, fue lo mejor: al menos era libre y ahora sabía quién era, no se iba a engañar nunca más y trabajaría al fin por sus sueños, ya no dependería del afecto y la aceptación de otros; sería ella.

Un día, entre un duelo que parecía no terminar y las euforias causadas por el alcohol, dijo delante de alguien que siempre había soñado con un espacio donde se juntaran las dos cosas que más disfrutaba en la vida: los libros y el café. Le propusieron un proyecto que sonaba mágico y empezó a tejer fantasías alrededor de lo que sería este lugar para ella y sus amigos, para la vida de todos los que entraran allí y quisieran disfrutar de una bebida, un libro o una charla. En su mente esas mesas, que hoy sostenían patas arriba las sillas, serían ocupadas pronto por personas interesantes (y también por uno que otro fastidioso o arrogante), sería su oportunidad de brillar, de mostrarle al mundo que era inteligente y divertida y podía ganarse la vida sin ayuda de un hombre.

Pero pasó que al llegar el lunes a ultimar los detalles de lo que sería la gran inauguración, en la puerta había un cartel que decía "alquilado". Habían hecho una mejor oferta que la suya y esa se estaba convirtiendo en la historia de su vida.

"Será en otra ocasión, bella Michina", me dijo con una sonrisa triste mientras acariciaba mi lomo con desgano. Yo la consolé restregando mi cuerpo contra su turgente pierna.

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