Los amantes
Cuando él la besó loca y desprevenidamente su mundo entero se partió en dos: las muchas cervezas, la música estridente y la penumbra del bar la sumían en una especie de mareo brumoso en el que no recordaba dónde ni en qué época de su vida estaba; era como si estuviera de vuelta en 1994, a punto de cumplir enfebrecida los veinte años, deseosa como todos a esa edad de descubrir el mundo, el sexo y el amor. A partir de allí los encuentros con ese compañero de correrías etílicas no serían los mismos, los labios de ambos terminaban atrayéndose como objetos de metal a un potentísimo imán buscando nuevas posiciones, distintas formas de juntarse, sensaciones inéditas en las que la saliva fluía como un torrente insuficiente para un desierto insaciable. Los años de diferencia no existían ni las miradas perplejas de contertulios, el mundo alrededor desaparecía cuando estos dos satélites llenos de grietas, desenfrenos y metidas de pata se unían; no importaba cuánto se hubieran equivocado antes: e