Los amantes
Cuando él la besó loca y desprevenidamente su mundo entero se partió en dos: las muchas cervezas, la música estridente y la penumbra del bar la sumían en una especie de mareo brumoso en el que no recordaba dónde ni en qué época de su vida estaba; era como si estuviera de vuelta en 1994, a punto de cumplir enfebrecida los veinte años, deseosa como todos a esa edad de descubrir el mundo, el sexo y el amor.
A partir de allí los encuentros con ese compañero de correrías etílicas no serían los mismos, los labios de ambos terminaban atrayéndose como objetos de metal a un potentísimo imán buscando nuevas posiciones, distintas formas de juntarse, sensaciones inéditas en las que la saliva fluía como un torrente insuficiente para un desierto insaciable. Los años de diferencia no existían ni las miradas perplejas de contertulios, el mundo alrededor desaparecía cuando estos dos satélites llenos de grietas, desenfrenos y metidas de pata se unían; no importaba cuánto se hubieran equivocado antes: en esto simplemente acertaban.
Cuando sus cuerpos se juntaron en el abrazo más cálido que ella hubiera experimentado jamás sintió que todo estaba bien, que de pronto sus heridas sanaban dejando cicatrices perfectas y rosadas que solo existían para recordarle que había vivido, que los años no habían pasado en vano. ¿La habían estrechado y besado así antes, sin que fuera el preludio de algo, ni mediara la obligación conyugal, solo por el placer de hacerlo? ¿Por qué en los últimos años había dejado de sentir ese calor, esa emoción en su pecho, ese latido que se extendía a cada miembro y dejaba su cuerpo anhelante de muchas más dosis de esta pócima adictiva?
El paso a la horizontalidad solo fue una continuación de las ansias de amalgamarse; saciado el deseo urgente lo único importante era que esas dos pieles permanecieran unidas y se nutrieran, como si de ello dependiera la supervivencia de ambos en el mundo (como la planta que debe ser regada para no secarse, como el suelo que necesita ser abonado para ser sembrado, como ese recién nacido que debe mamar el líquido primigenio para no morir). El orgasmo, eso por lo que se habían desencadenado guerras y tragedias a lo largo de la historia de cientos de civilizaciones, era lo de menos si podían estar así, quietos y en silencio después de amarse, uno al lado del otro escuchando el viento mover las hojas de los árboles, el ruido de los carros y las músicas lejanas, los sonidos de la ciudad por la que solían deambular como fantasmas ebrios.
Un día ya no se les vio juntos y cada uno pareció arreglárselas muy bien con su nueva vida; aquello que solía atraerlos terminó estallando como un volcán dormido que sin avisar dejó restos de corazones regados por el sucio pavimento. Lo que al principio parecía ser una historia de perfecta comunión dejó ver, como relata el personaje de la película Alfie, esas pequeñas grietas en las obras de arte antiguas de los museos que solo se hacen evidentes al acercarse mucho, aunque de lejos acusen perfección, porque de cerca son vestigios de un mundo que ya no existe.
Tanta pasión los devoró y aunque se les podía encontrar en los sitios de antes con otras personas, riendo y hablando como si aquella historia no hubiera existido, de vez en cuando una canción, un pensamiento que cruzaba raudo la mente les traía el recuerdo del otro. Entonces, una sonrisa imperceptible cargada de nostalgia se convertía en el merecido homenaje a esos días en los que la vida fue como debería ser: algo digno de ser vivido.
"Los amantes no juran un amor para siempre... Que el amor es amor y no obligación, como piensa la gente..." https://www.youtube.com/watch?v=Yo4Bfs1k548&ab_channel=M%C3%BAsicadelRecuerdo
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