La locura de ser fan

 A raíz del lanzamiento de la serie que narra una parte de la vida de mi cantante favorito algunas personas me han preguntado: "¿y, qué tal te pareció?" Yo, con la arrogancia de quien se cree experto en un tema de interés general he respondido: "no sé, no la he visto ni necesito hacerlo, conozco su vida de memoria porque tengo todos sus discos".

Quizás es que, como todo en mi vida también hago mal esto de ser fanática y tal vez por eso y por una legendaria tacañería que me impide gastar un montón de plata en entrada y pasajes tampoco iré a su próximo concierto, que es la celebración de los 30 años de su trabajo musical más vendido. También es porque esta persona a quien veo lanzando un disco tras otro, de una gira a la otra y hablando con afectación en las entrevistas, no tiene nada que ver con aquella que compuso esas melodías desgarradas y sensuales de las que me enamoré y que siendo un joven desgarbado de pelo largo ejecutaba en el piano con movimientos paroxísticamente torpes, como si lo atacara una especie de ataque de epilepsia o hubiera sufrido de niño una parálisis cerebral.

No sé si a todos nos pasa con nuestros ídolos pero es como si con la vejez dejaran de parecerse a esa figura rebelde con la que uno se sigue identificando y terminaran siendo, como dicen ahora, unos señoros vestidos con ropa de diseñador que ya no arrastran consigo el dolor y la rabia de una existencia sin sentido, convirtiéndose en unos extraños y hasta despreciables para quienes alguna vez hicimos de ellos nuestros referentes; tal vez en nuestros ídolos queramos vernos a nosotros mismos también eternamente jóvenes y por eso no superamos que se conviertan en ancianos respetables que disfrutan de sus nietos y sus perros en algunas de sus mansiones, usando piyamas finas y sin esconder sus barrigas, sus calvicies y sus novias mucho más jóvenes. 

Es posible que queramos sólo quedarnos con su banda sonora, pero de su existencia actual, terrena, no nos importe lo más mínimo.

Comentarios

  1. En mi condición de seguidora, cuasi-fan, de una artista de la que amé sus tres primeros trabajos porque me identifiqué, percibí su rabia, su frustración, sus sentimientos más oscuros contra la vida, la sociedad y, tal vez, contra sí misma, la admiré mucho. Su música me ayudó a sanar heridas; años después, la nueva empezó a parecerme vacía. Ya no tenía la fuerza que me atraía antes. Yo decía: ya no es la misma. Y me decepcionaba. Una amiga entonces me recordó que la artista era humana y algo habría cambiado en su vida. Quizá la música de sus primeros EP eran fruto de heridas pasadas que fue curando y, por ende, su inspiración para escribir se transformó o cambió de fuentes... En fin. Quién era yo pa negar la humanidad de esa persona, su proceso de sanación, su crecimiento. Así, como consumidora, sólo puedo decir que me quedo con la artista de aquella época y sale.

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    1. Adhiero a su postura, querida. Me quedo con la música de esa época de mi artista, aunque él ya haya exorcizando los demonios que lo atormentaban cuando la hizo; al fin y al cabo, esa fue la que me enamoró.

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