Confesión

 ¿Qué son las palabras para mí, además de la vida? Sé que suena estúpido, ingenuo, rebuscado, cursi pero, ¿qué habría sido de mí si de niña no hubiera leído cualquier libro que tomé de una biblioteca poco selecta devorándolo como un hambriento a un pedazo de pan duro y no pensara en ese instante que alguien como yo podía garabatear cosas en un papel? Cosas que me pasaban, que me dolían, que me angustiaban...

¿Qué hubiera pasado si a los 9, a los 12, a los 15, a los 18 y de ahí en adelante a cada hora y en cada día de mi vida no hubiera tenido este pensamiento: tranquila, ya lo escribirás, solo tienes que esperar un poco para hacerlo y todo se verá más claro

¿Qué destino trágico me hubiera aguardado esas noches en que miraba por la ventana de un doceavo piso y contemplaba los pinos sobre los que se destrozaría mi cuerpo antes de caer al suelo si no hubiera sacado el viejo cuaderno de debajo de mi almohada para escribir hasta que el sueño me venciera? 

Componer un poema sería para mí subir al Everest sin siquiera haber culminado las escaleras de un edificio de cinco pisos; construir un cuento sería como correr 10 maratones seguidas, cuando me falta el aire a los dos metros caminando despacio... ¿Una novela? ¡Impensable, con mi nula imaginación!

No soy escritora y aun así las letras me han salvado la vida. No sé escribir, solo soltar lo que sale de mi alma atribulada. Y que pueda hacerlo, que lo pueda sacar casi todo, me permite sobrevivir. 

Solo le pido al universo que siga funcionando por lo que me resta de vida. 

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