Tributo
Una flor que se abre, el sol que inevitablemente sale cada día, un pájaro que se posa sobre la antena de televisión y mi gata que se estira perezosa en el suelo tibio; una lagartija acaba de atrapar un zancudo. La vida que se extiende sobre mis ojos... Y la muerte.
Hoy ha dejado sobre mi puerta una mariposa negra y me pregunto si será un mal presagio. Afortunadamente no creo en los presagios. Ni en el destino. Creo en el amor con que amo a mis amigos y a mi mascota. El amor con el que amo a todo el que me sonríe aunque no me conozca (tal vez me sonría precisamente porque no me conoce, pero da lo mismo). Nos inventamos tantas tonterías en qué creer, tanto por qué luchar, tanto qué desear que nos hicimos invivible la vida. Siempre insatisfechos, siempre culpables, siempre buscando. Matándonos, matando por cosas sin aliento, por cosas muertas, mientras a nuestro alrededor lo vivo vive o se pudre.
Y eso tan fuerte que sobrevive muchas horas al frío y a la intemperie o bajo toneladas de tierra: ¡la Vida! que retumba con un grito cuando ya se han dejado caer los brazos y las palas... Que se niega a abandonar el cuerpo conservándolo caliente después de haber exhalado un último suspiro. Eso que se arrebata sin vergüenza a los hombres, a los animales, a los árboles, sigue resistiendo aunque miremos para otro lado.
Porque cada ser que muere fue una esperanza, una promesa. Un hermoso bebé que sonrió inocente y estiró sus brazos para que alguien lo cargara. En lo que se convirtió poco o nada puede importar para quien puso la papilla en su boca, para quien hizo sonar la maraquita, para quien va de un lugar a otro con la foto de su desaparecido. En esos cuerpos rígidos de las fosas se observan rastros de lo que fue y ya no será: una pulsera, un tatuaje, la imagen de alguien en la billetera.
Lo que al asesinar se le arrebata al otro no es sólo su ser querido, es la ilusión de que algún día las cosas podían ser mejores. Eso es lo que les es negado. Queda entonces esperar por el reencuentro.
Ahora entiendo por qué tantos se aferran a la idea del Paraíso; y por eso, aunque no creo en ella, cruzo cada día los dedos para que esa absurda cosa exista.
Lo que al asesinar se le arrebata al otro no es sólo su ser querido, es la ilusión de que algún día las cosas podían ser mejores. Eso es lo que les es negado. Queda entonces esperar por el reencuentro.
Ahora entiendo por qué tantos se aferran a la idea del Paraíso; y por eso, aunque no creo en ella, cruzo cada día los dedos para que esa absurda cosa exista.
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