¿Por qué vivimos como vivimos?
Es innegable que gran parte de los problemas que aquejan a nuestra sociedad son responsabilidad de los estados, que en su mayoría no garantizan a los ciudadanos la más mínima seguridad personal, laboral, ni atención básica en salud, educación, vivienda o alimentación. Ni siquiera al nacer y teniendo en cuenta que seremos un ladrillo más en la construcción del sólido muro de la sociedad, se nos garantiza el sustento; si nuestros padres en conjunto o nuestras madres solas, o quienes se hacen cargo de nosotros no salen a vender su fuerza laboral o su creatividad, mejor dicho, si ellos no trabajan o roban para alimentarnos, moriremos de hambre. Puede suceder también que nadie asuma el compromiso; estaremos entonces a merced del hambre o el frío, tal vez seamos llevados a una institución de huérfanos con la opción de ser adoptados por gente de las más diversas calañas, haciendo parte de una macabra ruleta, en la que podemos correr con suerte o caer en desgracia.
Lo cierto es que no sólo somos objeto de la desidia de gobernantes, también de la insensatez de quienes por haber contribuido biológicamente con nuestra procreación adquieren el derecho de vejarnos: recibiremos sus maltratos, nos transmitirán sus prejuicios (conocidos como religiones), sus creencias, sus héroes o sus santos. Si consideran que deben quemar nuestras manos con cáscaras de huevo calientes por tomar unas monedas de sus billeteras, no les temblará la mano; si creen que deben llevarnos a un "sobandero" para que nos cure la diarrea, no dudarán en hacerlo; si piensan que un brujo nos librará de los espíritus que nos han poseído, emplearán sus esfuerzos y dinero en purificar nuestras almas; es posible que acudan a un sacerdote o pastor para hacernos bautizar y así introducirnos en la fe, quedando así cooptados tal vez para siempre por un dogma.
Lo cierto es que no sólo somos objeto de la desidia de gobernantes, también de la insensatez de quienes por haber contribuido biológicamente con nuestra procreación adquieren el derecho de vejarnos: recibiremos sus maltratos, nos transmitirán sus prejuicios (conocidos como religiones), sus creencias, sus héroes o sus santos. Si consideran que deben quemar nuestras manos con cáscaras de huevo calientes por tomar unas monedas de sus billeteras, no les temblará la mano; si creen que deben llevarnos a un "sobandero" para que nos cure la diarrea, no dudarán en hacerlo; si piensan que un brujo nos librará de los espíritus que nos han poseído, emplearán sus esfuerzos y dinero en purificar nuestras almas; es posible que acudan a un sacerdote o pastor para hacernos bautizar y así introducirnos en la fe, quedando así cooptados tal vez para siempre por un dogma.
Nacemos a un mundo que la mayoría de nosotros no cuestionará, muchos nos pondremos en la tarea de satisfacer a la sociedad y a nuestros seres queridos: estudiaremos para tener las mejores notas, seremos empleados ejemplares, atenderemos la obligación de establecernos, formar una familia, convertirnos en esposos y padres adquiriendo deudas para hacernos a la casa de nuestros sueños y poder tener unas vacaciones de lujo cada año; los hijos crecerán transformándonos en dulces abuelos cómodamente pensionados (si es que las leyes nos lo permiten) para disfrutar de una vejez pacífica. Y morir siendo recordados como personas de bien. O no.
Como ciudadanos cumpliremos con nuestro deber votando cada cierto tiempo por el candidato que mejor represente nuestros ideales o nuestros tabúes, porque gracias a dios tenemos un sistema -la Democracia-, que nos hace creer que "ellos" gobiernan para nosotros y nos permite tener la conciencia tranquila, achacándoles toda la responsabilidad del desastre que es este mundo y nuestras vidas. Lo curioso es que aunque participemos de la "fiesta democrática" pocas veces tendremos la dicha de ver a nuestro candidato elegido, lo que nos producirá cierta frustración, ¡porque nos gusta ganar! Entonces empezaremos a pensar en votar por el más seguro ganador, no importa si pertenece o no al partido que nos legaron nuestros padres o al que escogimos por convicción, porque poco a poco nuestras concepciones se irán diluyendo, endureciendo, los revolucionarios de ayer somos los conservadores de hoy, aunque algunos -tal vez por gracia divina- nunca hayan sido picados por el bicho del socialismo. Es posible también que por orden de nuestros guías espirituales contribuyamos aún más a la sociedad llevando una vez al año mercado a los pobres o regalando ropa que no usamos a los ancianatos; asistiremos cada domingo a la iglesia o el culto y saldremos tan relajados que no nos perturbará cada día durante el almuerzo ver noticias de masacres y asesinatos -lejos en la geografía o cerca de nuestro hogar-; porque, al fin y al cabo, hemos sido absueltos.
Pero, aunque cada semana nuestro dios nos perdone, habrá algo que nos seguirá torturando, que nos mantendrá como a los hámsters en su aparatito dando vueltas sin cesar y se ha convertido en estrategia de reclutamiento de organizaciones tan poderosas como las iglesias y el gran Mercado. Hemos venido al mundo con dos heridas, dos deudas primigenias que pagaremos a lo largo de nuestra vida: la mancha del pecado original que según la religión cristiana tendremos que borrar aunque sea imborrable (tanto que el sacrificio de Jesús, el hijo de Dios hecho hombre, no bastó para desaparecerla) y por ello debemos temer toda nuestra vida al castigo y las miles de desgracias a las que nos hicimos acreedores sin saberlo, porque desobedecimos y lo seguimos haciendo.
De ahí la lucha sin fin que libraremos por llenar nuestra segunda falta, esa que nos hará sentir siempre inconformes, decretada por una sociedad que nos antecede y por una profesión que debería ser penalizada -la publicidad- que con su principal aliada la propaganda, nos venderá objetos pero también ideales de vida, de belleza, de éxito, así como personas, “líderes” políticos y estrellas de papel. Buscaremos la satisfacción de nuestras "necesidades" sin saber que son absolutamente definidas por la sociedad, cuando casi todo aquello que deseamos es por lo general innecesario, nada tiene que ver con nuestra supervivencia, pero aún así estamos convencidos de que al obtenerlo nos hará más felices, porque eso es lo que nos han hecho creer.
Mucha gente inteligente y pensante puede argüir que no es manipulada, que decide por sí misma, que su estilo de vida responde a sus propios deseos y demandas emocionales... Pero, ¿vivir como vivimos es resultado de una necesidad o de una imposición? ¿hasta qué punto un imperativo social es interiorizado e incorporado hasta convertirse en una necesidad? Y, ¿si otras maneras de vivir consideradas "disfuncionales" (drogadicción, indigencia, delincuencia) no son más que formas de resistencia contra ese mandato que nos ordena ser "personas decentes"?
Como ciudadanos cumpliremos con nuestro deber votando cada cierto tiempo por el candidato que mejor represente nuestros ideales o nuestros tabúes, porque gracias a dios tenemos un sistema -la Democracia-, que nos hace creer que "ellos" gobiernan para nosotros y nos permite tener la conciencia tranquila, achacándoles toda la responsabilidad del desastre que es este mundo y nuestras vidas. Lo curioso es que aunque participemos de la "fiesta democrática" pocas veces tendremos la dicha de ver a nuestro candidato elegido, lo que nos producirá cierta frustración, ¡porque nos gusta ganar! Entonces empezaremos a pensar en votar por el más seguro ganador, no importa si pertenece o no al partido que nos legaron nuestros padres o al que escogimos por convicción, porque poco a poco nuestras concepciones se irán diluyendo, endureciendo, los revolucionarios de ayer somos los conservadores de hoy, aunque algunos -tal vez por gracia divina- nunca hayan sido picados por el bicho del socialismo. Es posible también que por orden de nuestros guías espirituales contribuyamos aún más a la sociedad llevando una vez al año mercado a los pobres o regalando ropa que no usamos a los ancianatos; asistiremos cada domingo a la iglesia o el culto y saldremos tan relajados que no nos perturbará cada día durante el almuerzo ver noticias de masacres y asesinatos -lejos en la geografía o cerca de nuestro hogar-; porque, al fin y al cabo, hemos sido absueltos.
Pero, aunque cada semana nuestro dios nos perdone, habrá algo que nos seguirá torturando, que nos mantendrá como a los hámsters en su aparatito dando vueltas sin cesar y se ha convertido en estrategia de reclutamiento de organizaciones tan poderosas como las iglesias y el gran Mercado. Hemos venido al mundo con dos heridas, dos deudas primigenias que pagaremos a lo largo de nuestra vida: la mancha del pecado original que según la religión cristiana tendremos que borrar aunque sea imborrable (tanto que el sacrificio de Jesús, el hijo de Dios hecho hombre, no bastó para desaparecerla) y por ello debemos temer toda nuestra vida al castigo y las miles de desgracias a las que nos hicimos acreedores sin saberlo, porque desobedecimos y lo seguimos haciendo.
De ahí la lucha sin fin que libraremos por llenar nuestra segunda falta, esa que nos hará sentir siempre inconformes, decretada por una sociedad que nos antecede y por una profesión que debería ser penalizada -la publicidad- que con su principal aliada la propaganda, nos venderá objetos pero también ideales de vida, de belleza, de éxito, así como personas, “líderes” políticos y estrellas de papel. Buscaremos la satisfacción de nuestras "necesidades" sin saber que son absolutamente definidas por la sociedad, cuando casi todo aquello que deseamos es por lo general innecesario, nada tiene que ver con nuestra supervivencia, pero aún así estamos convencidos de que al obtenerlo nos hará más felices, porque eso es lo que nos han hecho creer.
Mucha gente inteligente y pensante puede argüir que no es manipulada, que decide por sí misma, que su estilo de vida responde a sus propios deseos y demandas emocionales... Pero, ¿vivir como vivimos es resultado de una necesidad o de una imposición? ¿hasta qué punto un imperativo social es interiorizado e incorporado hasta convertirse en una necesidad? Y, ¿si otras maneras de vivir consideradas "disfuncionales" (drogadicción, indigencia, delincuencia) no son más que formas de resistencia contra ese mandato que nos ordena ser "personas decentes"?
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