Entonces ¿para qué sirve la cultura?

Tendría que definir primero a qué concepto de cultura me refiero, si al conjunto de expresiones propias de un pueblo, que comprende sus costumbres, música, comida, etc. O a la que se refieren mis amigos literatos, artistas y cinéfilos: aquella que amerita una amplia gama de conocimientos en Historia del Arte, lo mismo que haber leído desde Homero hasta Cortázar y haber visto al menos unas cuantas películas de Buñuel y de Felllini.

Algunos de estos amigos suelen sentirse superiores a los que desconocen la obra de Borges o la poesía maldita de Baudelaire y desprecian a quienes dedicaron su infancia a leer los chistes de Condorito o las novelas de vaqueros. Yo misma he despotricado por la ausencia de hábitos de lectura en los jóvenes, me he burlado de los que no conocen siquiera el poema 20 de Neruda, me he sentido una especie de iluminada ante alumnos, amigos y compañeros de trabajo y me he solazado discutiendo con todos esos pedantes ilustrados.

Sin embargo, ante la lamentable y caótica situación que ha atravesado mi país desde su nacimiento como nación, achacada en gran parte a problemas como la desigual distribución de la tierra y la tan trillada falta de educación y al haber tenido cierta oportunidad de acercarme a algunos círculos eruditos me he preguntado: ¿de qué diablos les sirve -además de permitirles discriminar y presumir- a todos esos intelectuales tener tanta información en sus cerebros -si es que la tienen- si la mayoría son apolíticos, porque para ellos el ejercicio de esa actividad es algo grotesco, bajo y sucio, de lo que sus manos no pueden untarse sin perder su condición de hombres impolutos, prefiriendo seguir rodeados de círculos masturbatorios de aduladores insufribles como ellos mismos? 

¿En qué contribuyen sus tertulias plagadas de datos interesantísimos sobre la vida de Oscar Wilde o Hemingway, en los que desprecian por su falta de clase o su poca preparación para ejercer al senador otrora limpiabotas o a la concejala indígena que estrelló su camioneta por conducir pasada de copas, si ellos no ponen esa brillantez al servicio del único ejercicio capaz de determinar los destinos de todo un país? ¿Cuál es su aporte a la educación del pueblo que rechazan por inculto, cuando su único interés es pensar en el próximo sarcasmo que soltarán, lo suficientemente inteligente para no ser captado por todos, pero aun así capaz de hacer que la pobre víctima enrojezca de los pies hasta el cráneo? ¿Qué motiva sus obras, además de la posibilidad de ser publicadas o expuestas y al fin y al cabo vendidas al mejor postor (y si se hacen merecedoras de algún premio acompañado de un dinerillo tanto mejor)? 

¿Cuándo se bajarán de sus pedestales, saldrán de sus aulas y auditorios y enfrentarán a esa masa ignorante que nunca ha oído a Bach ni visto Ciudadano Kane y asumirán una posición política acorde con las necesidades de la mayoría, en vez de inclinarse ante el poder tan servilmente como arrogantemente miran por encima del hombro a los no ungidos como ellos? ¿Dejaran de lado el importaculismo, la peligrosa indiferencia y la aparente neutralidad?

Por mi parte, aunque seguiré disfrutando de sus debates, observaré cada vez con menos respeto a quienes no se inmiscuyan en la realidad social; no toleraré más las vacilaciones y ambigüedades que tanto daño le han hecho a esta tierra; ¡al diablo su desprecio por el arte militante! de ahora en adelante creeré que la cultura, sin consciencia, sirve para absolutamente nada. 

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