Envejecer
Si el desgaste corporal empieza muy temprano en el ciclo vital (podría decirse que casi en el mismo momento en que se completa el desarrollo), ¿cuándo y con qué criterios determina la sociedad que estamos viejos? Se considera persona mayor a quien sobrepasa los 60 años pero, ¿es aplicable a todas las culturas, en todos los contextos y a todos los fenotipos? ¿Cuándo en realidad empieza a constatarse el natural “declive"? Resulta paradójico que en el convulsionado mundo actual cada vez se nos califica de "ancianos" a una edad más temprana, pero a la vez se prolonga la senectud a través de tratamientos médicos y otros artificios como procedimientos estéticos, inyecciones, cirugías, gimnasios y hasta retoques fotográficos.
Solo alguien que cuenta con una edad que para la sociedad es “avanzada" puede entender lo cruel que llega a ser intentar subsistir en una sociedad que pareciera buscar con su desprecio exorcizar el miedo que le provoca envejecer, que para muchos ha significado pasar a ser parte del grupo de los rechazados, de los que deben ser inmunes a las burlas, los comentarios indiscretos y, en su manifestación más extrema, la segregación misma.
¿Por qué -se pregunta el que madura- si mis canas en el espejo y las personas, crueles algunas, inocentes otras, dicen que estoy cerca de ser un viejo, mi cuerpo y mi mente palpitan más que antes? ¿Tal vez porque he constatado que nuestro tiempo en este mundo es finito y lo que despierta más las ansias de vivir es haber visto -con las alegrías y sufrimientos que supuso- de lo que como especie somos capaces, de lo maravilloso tanto de lo complejo como de lo simple, algo que no podría haber vislumbrado en la convulsionada adolescencia o la resplandeciente juventud?
Los Estados, específicamente en países como el nuestro, deberían tener más y mejores políticas frente al tema, que incluyan protección económica -como la posibilidad de pensionarse a quienes no tuvieron la oportunidad de cotizar-, pero también fomentar la inclusión de otras maneras: en lo laboral y en lo educativo, por ejemplo, y con programas que no sean solo para que los adultos mayores diviertan a los mandatarios de turno bailando ritmos folclóricos, sino que les den la dignidad y el puesto que se merecen en esta cultura cada vez más gerontofóbica. Y educar, por supuesto, para que se sepa que no hay nada de malo en envejecer.
Y menos en reconocerlo.
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