Especímenes

 "De todo hay en la viña del Señor" dicen las Sagradas Escrituras del cristianismo.

Está el que se ríe amargamente y solo expresa odio, destila veneno; su risa no es cascada prístina, es avalancha oscura.

Existe quien sonríe siempre pero su sonrisa es cómplice: máscara que esconde intenciones, oculta pensamientos, que calla y omite.

Hay quien es pura imagen de portada, presencia impecable y de vanguardia, insubstancial pero no etéreo; el que va a lugares solo para tomar la foto; aquel que no disfruta la gastronomía sino el placer de enseñar su plato; alguien que no ama, pero aparenta en su perfil una simbiosis imposible.

Existe el que es eterna víctima, quien se siente golpeado una y otra vez por las circunstancias: aquel que se cree tan importante como para que el universo se confabule permanentemente contra su atribulada existencia. 

Hay quien vive abrumado por las ocupaciones y las preocupaciones, el que siempre está de afán y contrariado, quien nunca tendrá tiempo o no querrá tenerlo: un eterno ocupado y no disponible constante.

Está el que no es feliz y no quiere que nadie lo sea, quien va haciendo daño y justificándolo; el que no disfruta el canto del pájaro ni el atardecer; aquel que sólo utiliza y calcula; quien nunca pedirá disculpas ni se creerá capaz de caer en el error; alguien que tampoco amará jamás, loca y perdidamente.

Y hay quien arrastra la vida como una pesada condena, aquel que sobrevive gracias a la dependencia o la fe; el que busca desesperadamente aferrarse a algo y con ello aplacar su tormento.

Pero está en quien convergen la luminosidad y el caos, quien será a la vez rabiosamente feliz y demoledoramente oscuro; el que se sentirá definitivamente insatisfecho e irremediablemente optimista; aquel que dirigirá su rabia contra aquello que se ensañe contra lo bueno y lo bello, pero amará todo lo que sea amable... uno que morirá con una sonrisa en sus labios porque sabrá que su vida valió la pena.


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