Amar hoy
Naciste en una familia ¿normal? ¿anormal? (¿qué lo determina, por cierto?) que te dio techo, comida, ropa, "estudio" (porque educación, ¡quién sabe!). Tuviste lo suficiente, no tanto como otros, no tan poco como muchos. Te quisieron, o al menos eso crees (¿cómo saberlo?). Te dieron algún afecto de niño, cada vez menos mientras crecías, luego todo se iba volviendo regaños, prohibiciones, castigos, reprimendas.
¿Te brindaron contención y apoyo? (espera, ¿sabían ellos lo que era eso?) Te hiciste mujer -lo que sea que eso signifique- o más bien un ser adulto, no en una noche apasionada entre las sábanas blancas de una cama de hotel, sino poco a poco, con el paso de los días y las cosas. Amaste y te amaron.
Al partir para siempre el hombre de tu vida buscaste en otros lo que no te daban en casa: amor, admiración, aceptación; también en los amigos. En las amigas te resignaste a encontrar compañía, escucha y algunas veces apoyo, pero ellas no te iban a admirar por tu capacidad de seducir: no podías despertar su deseo. Aprendiste tardíamente a amarlas sin juzgarlas, ahora son tu refugio de los amores fallidos, de los muchos años transcurridos buscándolo en vano.
Quien estuvo en las revelaciones más dolorosas para sostenerte fue un hombre, quien te abrazó cuando perdiste a la abuela que tanto amabas también lo era. Con ellos pasaste noches mágicas y gracias a algunos sobreviviste a los fracasos, porque te quisieron; también te abandonaron, te hicieron llorar, te privaron de su amor y dijeron cosas horribles. Aún son importantes y aunque lo intentaras, sabes que nunca podrían ser tus enemigos.
Ahora agradeces un mensaje aunque no siempre resulte en una conversación, puede que sea solo un "hola" que respondes con emoción a veces sin que sea leído ni contestado de vuelta; con frecuencia es una frase incompleta, que pareciera escrita sin interés. Te has preguntado si deberías seguir el consejo de unirte a una aplicación de citas y someterte al mercado de cuerpos, de crear perfiles atractivos para ser escogida; tal vez implique usar maquillaje, mostrar más piel, taparte las canas, porque, ¿quién querría una persona que se ve vieja? No importa que lo seas, el imperativo dice que debes intentar a toda costa ocultar tu edad y sus señales, no revelarla.
Como no tienes Netflix ni has visto ninguna de las series que te recomiendan, no conoces el Parque del Café ni has ido a ver ballenas en el Pacífico, no pagas el año completo de gimnasio para ir de vez en cuando y las hamburguesas de 40 mil por las que todos deliran prefieres prepararlas en casa con carne común, se te ocurre que tal vez no seas interesante para nadie.
Pero, si lo piensas, la soledad siempre te ha acompañado, ¿cuál sería la diferencia ahora? Todos duermen cuando te despiertas sollozando de un sueño en el que eres niña nuevamente y juegas en la casa de tus abuelos, mientras una voz dentro de la fantasía te dice que ellos ya no están contigo y no los verás nunca más (algo así como una consciencia dentro de la inconsciencia); tampoco cuando la ansiedad te recorre de los pies a la nuca ni cuando te desvelas pensando en lo terrible que será tu vejez, sola.
Nadie está contigo en el baño cuando lloras, ni en la cocina cuando en la mañana tomas tu café. Tampoco están ahí cuando bailas frente al espejo y te ves a ti misma como la criatura más bella del universo.
Así que, no los necesitaste nunca y no los necesitas ahora.
Créetelo.
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