Cavilaciones

 Lo peor que nos puede pasar es estar convencidos de que tenemos la razón, de que vamos por el sendero correcto mientras otros equivocan su camino. No, nunca vamos por la vía precisa (porque no existe) menos cuando más lo creemos; lo único acertado, recomendable, sano es dudar hasta de nosotros mismos.

La vida, la de todos, es como un techo del cual nunca terminamos de tapar los agujeros: reparamos algo, parece haber funcionado, estamos tranquilos unos días, tal vez semanas o un par de horas y luego empezamos a sentir nuevamente que algo falla; las antiguas o unas nuevas goteras parecen estarse abriendo pero las ignoramos, sentimos por momentos unas mínimas salpicaduras que parecen imaginarias y de pronto, ante un aguacero inesperado toda nuestra habitación está chorreando, inundada.

Entonces, vamos otra vez a intentar arreglar lo que irremediablemente terminará volviéndose a dañar. La solución, dirán algunos, es impermeabilizar el techo y en ese punto deja de funcionar la metáfora, porque, sí, en el caso del techo existe una alternativa efectiva y posiblemente permanente; en cambio, en nuestra vida la única solución permanente es para la mayoría la más escalofriante, la más indeseable de todas... ¡No existir!

Así que, ¿qué nos queda? Errar, sufrir, hacer sufrir, no darnos cuenta o no querer hacerlo; la posterior toma de consciencia, sentirse como la mierda, tal vez intentar reparar el daño, lograrlo o no, sabernos perdidos y volver una y otra vez a iniciar el ciclo de absurdas certezas, errores menores o mayores, cavilaciones, arrepentimientos, actos de contrición... Y una vez más, aplazar el proceso de perdonarse -que algunos nos saltamos y para otros puede tomar toda una vida-.

Está también la posibilidad de convencernos de que ningún caso somos culpables de nada, de que lo son los demás, las circunstancias la vida misma... Y de ese modo ni siquiera dudar, arrepentirse o intentar reparar: solo seguirla cagando sin asumir ninguna consecuencia.

Comentarios

Entradas populares de este blog

Lo haría

Física pura

Tus ojos