Es el dilema al que nos enfrentamos muchos mayores de 30 años: ¿Debemos seguir siendo los mismos, eternos niños o adolescentes, juguetones, risueños, o es preciso enseriarnos, pensar responsable y conservadoramente, abandonar los ideales juveniles para embarcarnos en la corriente “realista"? ¿Y si el cambio va en sentido contrario a lo que se espera, si se pasa de tradicional a rebelde y contestatario, características atribuidas exclusivamente a la gente “joven"? ¿Si lo que teníamos como ideal de vida deja de interesarnos o se torna simplemente absurdo? ¿Eso significaría un retroceso o un avance? A algunos les critican que sigan siendo los mismos, que no hayan “crecido"; a otros que traicionaran los ideales que les fueron inculcados. Al parecer, siempre habrá algo por qué hacernos sentir culpables, aunque el cambio sólo debería ser necesario si nosotros así lo queremos o sentimos. Pero eso a nadie parece importarle, todos quieren imponer su verdad. Tal vez en e