Historia de una traición

Aunque ambos eran inteligentes, el menor siempre se destacó por una gran malicia que en ocasiones se convertía en crueldad. Era manipulador y siempre lograba que el mayor se sometiera a sus órdenes, ya que éste sólo buscaba complacerlo y lograr -algún día- la misma admiración que él le prodigaba...

Nunca hubo indicios de rencillas o rivalidad, sólo una “competencia sana" dirían algunos; lo cierto es que nadie podría sospechar que el del humor negro, el encantador de serpientes, el desfalcador del municipio, albergaba un odio callado y antiguo contra su hermano, tan antiguo como los juegos y las escapadas al río de cuando eran niños, como los primeros amores y las primeras borracheras, como los sueños de ser inmensamente ricos para rodearse de todo lo que les gustaba... Sí, lo odiaba y él mismo no sabía por qué, tal vez le molestaba su ingenuidad, su estúpida actitud bonachona, su pusilanimidad...

Cuando el negro se metió en el negocio no tardó en convencer al mono de que era la manera más fácil y segura de lograrlo, el plan estaba en marcha y había que dejar que tomara la decisión por sí solo, no debía sentirse presionado, nadie tendría la culpa si algo salía mal como efectivamente pasó.

Hay que ser muy malo para mandar a un hermano con una maleta llena de droga, pero hay que ser peor para delatarlo, que es lo que al parecer sucedió, porque ¿quién caía en los 80s cuando todos, hasta las mismas autoridades estaban extasiados con las maravillas de la coca?

El mono terminó preso en una cárcel gringa y el negro se volvió millonario. Allí sólo lo visitó un par de veces y casi no le hablaba ni lo miraba, Abel no entendía el por qué de tanta inclemencia y tampoco por qué era tan difícil conseguirle un abogado que al menos hablara español, no como el defensor de oficio que le había asignado el gobierno al que no le entendía ni jota...

Al final una pinche deuda de juego con un chicano que su poderoso hermano no quiso pagar le costó la vida. La viuda y los dos hijos tuvieron que recibirlo en un ataúd sofisticado en el aeropuerto mientras el otro se paseaba con putas por toda la ciudad. Cuando a Caín lo mataron ocho años después en la calle como a un perro yo no pude derramar ni una lágrima, me había quitado a mi familia, nos arrebató lo que más queríamos... 

Por algo su propia madre lo llamaba a escondidas Satanás.


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