No sé debido a qué intereses económicos el imperio romano terminó claudicando frente a la poderosa iglesia monoteica (me gusta más esta palabra), lo cierto es que, si lo pensamos bien, eso hizo que de ahí en adelante la religión y la vida se hicieran muy pero muy aburridas. Es por eso que, dentro del cuantioso tiempo que he dedicado a pensar y a cuestionar al dios del cristianismo y a todo lo que lo rodea, he terminado por crear en mi vida una especie de agnosticismo salpicado de politeísmo -como el que practicaban los griegos y romanos-, donde conviven una multitud de dioses semihumanos, con poder sobre los diferentes elementos pero que en ciertos casos comparten con nosotros los mortales la incapacidad para intervenir o cambiar ciertos acontecimientos. Me seducen mucho más estos seres imperfectos, tan mundanos, que no son todopoderosos, que la mayoría de las ocasiones tienen que presenciar impotentes las catastrofes causadas por ellos o no por las que tienen que atravesar sus &