Ni putas ni santas
Hace un tiempo estuve en el campo y pregunté qué tipo de flores eran las que adornaban el centro de mesa: la respuesta es que eran llamadas por los locales "cuarto de puta" por su olor particular; nunca he estado en la habitación de una meretriz, pero el aroma que expelen es dulce y penetrante. Eso me llevó a pensar en lo común que es escuchar frases como "fuma como puta presa" o cómo suele decirse que tiene "pinta de puta" cuando alguien del sexo femenino se viste o maquilla de forma llamativa- y a preguntarme cuál será la fascinación que ejerce en las personas de todas las condiciones sociales esta profesión ("la más antigua en la historia de la humanidad").
Quienes nacimos con este sexo y quienes no nacieron pero se identifican con él sabemos lo difícil que es ser mujer y ejercer nuestros derechos, los que aún están en el papel y han tenido que ser peleados con bravura a lo largo de la historia. Se nos juzga por hacer lo que queremos y más si va en contra de lo establecido; se nos castiga por decir lo que pensamos sin filtros; si somos abnegadas se nos ataca, si somos libres también; si nos abandonan casi siempre para los demás es por nuestra culpa, porque no fuimos lo suficientemente buenas en la casa, en el sexo o en alguna otra cosa.
Así que, a veces, para salvaguardar nuestra dignidad como personas, nuestro amor propio e incluso nuestra propia vida tenemos que abandonar al que nos violenta física o verbalmente, al que nos cela, al que no piensa en más que gastarse la plata que se gana en juerga; al que nos es infiel aunque le hayamos parido sus hijos. Debemos irnos de ahí y de nuestros hogares; también de amistades o de trabajos en los que no nos sentimos valoradas o somos acosadas, y es entonces cuando además de la de santas o putas surge una nueva categoría: nos convertimos en hijas de puta, porque se supone que debíamos aguantarlo todo. Porque se nos pedía que fuéramos una fuente inagotable de amor y de perdón, porque aparentemente el cariño se demuestra quedándose, a pesar de que las vejaciones se repitan una y otra vez.
Pues no. No nos vamos a seguir quedando aunque los amigos y la familia nos juzguen, ya es justo después de tantos siglos que podamos irnos azotando la puerta sin mirar atrás y sin que peligre nuestra integridad.
Así que ni putas ni santas ni hijas de puta: mujeres. Libres.
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