El paso del tiempo
Para mi hermano
¿Por qué a veces estás tan abatido?
¿Por qué hay días en los que estás sensible y todo te afecta?
Hace algunos años lloraste por ese niño que murió en las costas tratando de escapar con su familia de la pobreza y el hambre; ahora te duelen esos muertos bajo los escombros dejados por las bombas en tierras lejanas, aunque no entiendas su lengua ni practiques su religión.
Has vivido más de media vida y todavía pareces esa alma recién llegada al mundo que se pregunta ¿por qué los hombres destruyen y asesinan, cómo pueden cegar una, miles de vidas?
Y mientras más envejeces más vívidas son tus memorias: a veces, la propaganda de un producto que consumías en la infancia te devuelve a esos días dulces y sientes que no has dejado de ser el niño que se sentaba alelado frente al televisor mientras comía su plato de cereal extranjero.
También, sin saber por qué, llega a ti ese viernes feliz en el que te levantaste de la siesta, llovía y saliste con tu hermano con los impermeables puestos (el tuyo era rojo, el de él, verde) a saltar en los charcos y luego entraste a ver en la tv Pipi Calzaslargas que te fascinaba, aunque no entendieras muy bien por qué una niña vivía sola en una gran casa con un caballo y un mono y tenía para gastar un baúl lleno de monedas de oro.
¡Cuánto has añorado ese disfraz tan amado, imaginándolo allí, en el armario donde estaban los demás! Aunque ya no existan el disfraz ni el armario, ni siquiera la casa en la que dormiste tantos años y donde salías a jugar con tu perro en el garaje.
Son tantas las veces en que recordaste esa navidad que fue todo lo que querías y pudiste oler nuevamente el empaque del juguete que tanto deseabas y llegó a ti esa noche, como un milagro... Esa sensación de que todo era posible, que solo debías desear algo intensamente y alguien allá arriba se encargaría de hacerlo realidad, nunca volvió a repetirse.
Suele pasar que no reconoces a esa niña de las fotos que intenta no llorar mientras mira a la cámara y sopla las velitas con su gorrito de papel y sus ojos asustados; tampoco a la joven regordeta y con exceso de maquillaje que posa y se ríe efusivamente. No recuerdas haber estado en esos lugares ni lo que estabas pensando cuando se inmortalizaron esos momentos: podrías no haber sido tú.
Luego, por un momento una imagen te traslada a otra dimensión y llegas a alucinar con tu vida siendo otra, en otro lugar, con otro paisaje y otro destino.
Pero estás aquí y ahora, y la soledad, el silencio, el desgaste y la muerte son indiscutiblemente reales.
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