Nuestra querida capital

Llamada pretenciosamente "La Atenas Suramericana" y coloquialmente -especialmente por sus propios nativos- "La tenaz suramericana", se jacta de ser la cuna de la cultura y el entretenimiento: llena de intelectuales, artistas, celebridades y centros comerciales, la ciudad que tanto amamos alguna vez y su gente son una completa farsa.

Creímos que por su dicción "correcta" (nos vendieron que incluso los ñeros pronunciaban muy bien el español) los rolos eran gente educada y amable; luchamos contra su fama de hipócritas alabando su "diplomacia"; celebramos su humor negro -parecido al británico- y la elegancia al vestir, con sus gabanes y bufandas, porque eso sí era tener estilo, pero...

Ese arquetipo se desmoronó en pocos días cuando, décadas atrás y deseosa de vivir la experiencia universitaria me topé con una gente grosera y mala leche, reforzada en su rudeza; que funge de educada y diplomática pero está llena de falsedad, creyendo vivir en el ombligo del mundo y alejada de un país que se desangra por todos sus flancos.

Que me perdonen mis "amigos" bogotanos, los y las que tantas veces no me contestaron el teléfono y luego fingieron estar emocionadísimos de oírme; esos que nunca concretaron una cita porque estaban muy ocupados en sus trabajos asfixiantes que les permiten ir los fines de semana a comer en Crepes and Wafles y de vez en cuando a rumbear a Andrés Carne de Res. Que me perdonen por decirles que ellos no saben nada del país y de su gente, porque su xenofobia dirigida al que despectivamente llaman provinciano y no hacia los sucios alemanes y franceses que recorren La Candelaria me asquea tanto como a ellos vernos usar zapatos sin medias.

Como la religión y el psicoanálisis, este es otro de los mitos sobre el que recapitulo: ya no es la ciudad de mis fantasías, sólo es una sucia y contaminada urbe poblada de gente tapada hasta las orejas que ni siquiera es capaz de mostrar su verdadera cara. 

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