Memorias desde una clínica de abortos

Era un día normal de diciembre, pronto tendría que volver a su ciudad natal para celebrar las fiestas en familia. La abuela respiraba con dificultad en la habitación, las luces del árbol titilaban y ella, más por costumbre que por deseo, sucumbió.

Nada fuera de lo normal ocurrió hasta la víspera de año nuevo cuando el olor de las viandas características la mareó y sintió ganas de vomitar. Los siguientes días los pasó en cama con lo que todos creían era un virus estomacal, sintiendo náuseas ante la sola presencia de la comida. Y la regla no le había llegado. Definitivamente al regresar tendría que hacerse una prueba.

Las enfermeras que entregaban el resultado no pudieron evitar un “uichhh" recriminatorio al ver su reacción desencantada ante el discretísimo positivo dicho en voz alta en frente de todos. Salió de ahí a la sala en la que él esperaba y no tuvo que decir nada. Había muchas cosas en qué pensar.

La cita fue a una hora temprana, primero debieron asistir a una charla en la que había otras parejas, ella sólo sintió curiosidad por una señora y una jovencita que se sentaban muy juntas. Cuando hicieron la presentación la señora dijo su nombre y mencionó que su hija de 14 años había salido embarazada y “¿qué iba a hacer con una criatura si la niña ni siquiera podía valerse por ella misma?"

Después de recordarles la pertinencia de escoger un método anticonceptivo adecuado para no tener que volver a pasar por eso los dejaron ir, se sentaron en la cafetería y ella seguía sin saber, pensaba en la cara agria de su mamá, sus reproches eternos que ahora sí tendrían justificación; lo odiaba, hubiera querido abrirle la tripa con un cuchillo, cortarle su asqueroso miembro causante de todo, ni siquiera había tenido un orgasmo (pedazo de mal polvo) y tenía que preñarla...

Llegó el día y allí estaba ella dejando su ropa en una canasta de plástico y poniéndose una bata, había dos opciones pero la de las pastillas implicaba tener que volver por un legrado; decidió hacer el procedimiento de una sola vez.

No hubo anestesia, al lado de la camilla una mujer le sostenía la mano y la miraba a la cara mientras le hablaba, tal vez para evitar que sintiera curiosidad de ver hacia abajo; ella sentía algo vibrar y moverse violentamente adentro suyo, sintió rabia, deseó haber nacido hombre, tuvo miedo de morirse y culpa, mucha culpa.

Pero sobrevivió, aunque tuvo que pasar varios días con un termómetro al lado de la cama ante cualquier indicio de fiebre (lo que podría significar una infección), retornó a su vida y pensó en no volver a repetirlo.

Aunque no lo cumplió.

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