De lo difícil de ser mujer

No lo noté mientras crecía, pero viéndolo en retrospectiva el comportamiento de los hombres fluctuaba entre la agresividad y una especie de embelesamiento: algunos niños en el colegio alzaban mi falda en los pasillos, me hacían zancadillas o empujaban en el patio de recreo y uno hasta metía en mi pupitre billetes de 20 pesos arrugados con los que yo no sabía qué hacer hasta que la mamá del misterioso filántropo se quejó con las monjas; al parecer esos niños estaban "enamorados" de mí.

Esos primeros años en un colegio mixto hicieron que sintiera miedo de los hombres. Fue un alivio pasar luego a uno femenino.

Los adultos por su parte se dividían en dos: los que se incomodaban cuando de manera inocente me arrojaba a su cuello o sentaba en sus piernas y los que disimuladamente buscaban ese tipo de contacto. Desafortunadamente nadie me enseñó a diferenciarlos.

Ahora no deja de ser igualmente frustrante: hombres a los que supuestamente les gusto que me miran mal o no me hablan. Hay otros que practican el acoso disfrazado de piropos, "roban besos" o hasta te manosean detrás de puertas o escritorios, a los que muchas veces respondes con una sonrisa para no parecer problemática a pesar de lo mucho que te incomoda.

Fui abusada y nunca lo supe. Tenía doce años y el novio de 18 de una prima mientras jugábamos al escondite me obligó a besarlo. Al darse cuenta (como era obvio) de que no sabía besar, me dijo lo que tenía que hacer: obedecí y sentí una mezcla de susto y asco cada vez que lo hacía. Luego creí que lo deseaba, me sentía inquieta y culpable a su lado, me sentía grande cuando pasó de los besos en la boca a otras partes del cuerpo. Empezó a ir a la casa cuando mi hermano y yo estábamos solos y lo enviaba a él a la tienda o al árbol a bajar mangos aprovechando para besar mi incipientes senos y tocar mis partes; no se cómo no me violó pues yo no oponía resistencia ¿Cómo saber que lo que él hacía estaba mal si nadie me previno? ¿Quién diablos podía explicarle a ese abusador que no se trataba de una relación consensuada por el hecho de no resistirme, si yo era apenas una niña? Ahora sé que él fue el único responsable.

Afortunadamente su relación con mi prima terminó y dejé de verlo. He tenido que encontrármelo un par de veces y no puedo mirarlo a la cara sin sentir temor y hasta malestar físico: recuerdo su respiración jadeante, su boca babeando, su órgano hinchado y las náuseas me invaden.

¿Se entiende por qué muchas nunca denunciamos o contamos nuestra historia después de muchos años? Porque teníamos miedo; porque creímos que estaba bien o nos lo merecíamos; porque sabíamos que lo más probable era que termináramos siendo culpables por seducir a los abusadores; porque sentíamos vergüenza.

Tener que ponerte un prendedor para cerrar el escote, bajarte la falda para evitar las miradas, callarte a veces para que no te tilden de feminazi; pero también querer de vez en cuando depilarte, pintarte la cara y ponerte tacones sin ser tachada de puta. Desear también estar con la cara lavada y el pelo alborotado sin que te importen las miradas y sin que las familiares indiscretas te manden a “arreglar"; todas esas cargas adicionales a la ya pesada de ser considerada intelectualmente inferior, inestable emocionalmente, problemática y voluble.

Todas esas taras que nos impusieron y que muchas ven como normales, "porque así tenía que ser". Y la parte que aún no entiendo: la de ponernos a las mujeres en contra otras mujeres.

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