La guerra que nunca nos tocó

A nosotros nunca el río se nos llevó la casa, no nos tocó salir huyendo de una balacera, una incursión, una toma o una masacre; no corrimos el riesgo de ser reclutados por grupos armados, no tuvimos como única salida para la pobreza meternos al ejército o irnos para la guerrilla.

Nuestra familia, aunque también vino de zonas rurales, en la ciudad conoció tiempos mejores: nuestros abuelos pudieron tener un empleo digno, comprar una casa y darle a sus hijos la oportunidad de estudiar que ellos no tuvieron. Nuestros padres fueron bachilleres y nosotros universitarios -algunos Magister, otros con doctorado-; nuestros hijos -si los tenemos- podrían estudiar en el exterior (aunque el mundo actual no les brinde ninguna garantía, ni les dé esperanza, ni les asegure una mejor vida que la que tuvieron sus antecesores). Hemos viajado dentro y fuera del país, tenemos celulares de media y alta gama, podemos comprar una que otra cosa de marca; de vez en cuando comemos en un restaurante de lujo... 

Mientras, para otros el lujo es comer carne una vez al mes; viajar es ir a la capital del departamento; llegar al bachillerato y poder terminarlo es ir muy lejos.

Ellos vieron la cara del terror de frente, los sintieron llegar con sus camuflados y sus armas, con sus botas y sus capuchas; los oyeron arribar en medio de la noche anunciados por los ladridos de los perros, abriendo las puertas con estruendo, con sus linternas en medio de la oscuridad; pudieron oler el miedo y la sangre.

¿Con qué derecho quienes nunca fuimos tocados por la violencia opinamos sobre la guerra? ¿Cuánta empatía nos faltó y nos falta para llorar sus muertos, sus desaparecidos, sus reclutados? ¿Cómo nos atrevimos a votar No a una oportunidad de acabar con tanta barbarie? ¿Cómo nuestros padres y abuelos que huyeron de esa violencia en los campos, apoyan a los guerreristas de corbata y camionetas blindadas que desde sus lujosas casas y oficinas despotrican de una paz que además de imperfecta es incompleta, insuficiente, mínima?

Deberíamos acordar en que no solo es infame sino cruel, desear y justificar muertes de los que consideramos inferiores solo porque les tocó nacer en un rancho de paja, de cartón o de lata con piso de tierra. No todos tuvimos la oportunidad de abrir una llave y que de ella saliera agua; no todos fuimos privilegiados.

Deberíamos entenderlo, sentir compasión y apoyar y cultivar la paz de todas las maneras posibles.

Por nuestro bien y el de toda la especie humana.

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