En primera persona

 Una mujer que llegó a formar parte de mi familia hace muchos años y a quien siempre admiré precisamente por ser lo que en ese momento ninguna de las mujeres de la mía era (universitaria, bilingüe, "viajada" por el mundo), me dijo, estando en mis veintes, que si hubiera podido escoger otra vida no se habría casado ni tenido hijos, sino que viviría sola y se dedicaría a escribir. ¡Cuánto me escandalicé en ese momento pensando que lo que decía era una especie de herejía, teniendo como tenía una "bonita" familia con esposo, dos hijos y una carrera! ¡Era todo lo que deseaba para mí en ese momento en que iba por ahí metiendo la pata mientras decidía qué hacer con mi vida! Aunque viviendo en su casa pude darme cuenta de que su matrimonio con un hombre abusivo y adicto era un infierno... Pero, ingenua como era, estaba firmemente convencida de que no sería ese mi caso, que encontraría a un hombre bueno que me haría feliz. Y bueno, algunos años después lo encontré.

Pero entonces no quise casarme, ni los niños, ni la casa, porque sabía que el aburrimiento que ya comenzaba a atacarme en el noviazgo me mataría en la convivencia. Mucho después entendí que amor y matrimonio no eran necesariamente la misma cosa -aunque las películas gringas mostraran lo contrario- y que el primero podía acabarse muy pronto aunque el otro sobreviviera (y viceversa). 

En cuanto a los hijos, era algo que no dejaba de preguntarme ¿en serio los desea o los necesita, Mónica? ¿Sacrificar su tiempo, su tranquilidad, tener una obligación permanente? ¿Era eso lo que realmente quería o lo que me habían hecho creer que necesitaba para ser feliz?

Entonces, lo fui aplazando mientras seguía en la búsqueda de "eso" que sentía que me faltaba para cerrar el hueco en el pecho con el que había nacido y crecido, llegando con el tiempo a la conclusión de que definitivamente no era un hijo. Pero, ¿qué era entonces? ¿Un compañero de vida, un amor para siempre, tal vez? ¿O muchos amores en forma de amigas, parceros, tías con las que tengo mucha empatía, compañías felinas y por supuesto, parejas?

Con el paso del tiempo todas esas cosas se fueron sumando, pero especialmente un amor secreto que tuve desde la infancia, desde aquel cumpleaños en que me regalaron un diario que nunca supe dónde terminó; ese amor escondido y silencioso que quise mantener sólo para mí empezó a querer manifestarse y a circular por entre algunos pocos entusiastas, conocidos y desconocidos, que se arriesgaron a fisgonear en los escritos de una persona que fluctúa entre la soledad y el deseo de socializar, que puede ser tan fría como apasionada, tan dura como débil. 

Esa soy yo y el hueco sigue ahí y lo sigo llenando con las cosas que me gustan: con la escritura especialmente, con mi profesión, con la lectura de esas escritoras y escritores maravillosos vivos y muertos, con la comida sencilla pero rica, con un vino o unas cervezas acompañadas de una buena charla, con un paseo al campo o viendo una buena película en un sillón cómodo. 

Y admiro a las mujeres que los tuvieron e hicieron y hacen de ellos unos seres humanos valiosos. Pero lo siento si, a pesar de amar a los niños y tal vez por el inmenso respeto que les tengo, no quise ser una de ellas. 

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