La vida es cruel
Es lo que hemos escuchado durante años... Pero, ¿no lo es más bien el mundo y la sociedad que creamos?
¿Qué hizo con nosotras las mujeres, por ejemplo? Decirnos lo que debíamos hacer, primero, casarnos, criar hijos (y terminar de hacerlo con "nuestros hombres"); luego, y después de muchas luchas, nos permitió tener un oficio o una carrera para poder trabajar y aportar a los gastos del "hogar" y también comprar (mucho, en lo posible). Pero antes que conseguirlo es imprescindible desearlo, soñar con eso fervientemente, planearlo en nuestras mentes, como en el caso del matrimonio. No nos dio muchas posibilidades, ni siquiera era una opción sino un mandato. Ni hablar de cómo se sintieron -y se sienten aún- aquellas que no encontramos la media naranja ni logramos tener la familia perfecta de las películas, esa que nos vendieron y caló bien adentro en nuestros inconscientes... ¡Qué caro nos ha costado a tantas dicho "fracaso"!
Esta sociedad que también nos pide ser jóvenes y bellos, estar a la moda, ostentar una vida divertida e interesante, celebrar todas sus fiestas, disfrazarnos y alegrarnos los días que nos dice, también determina qué debemos comer y beber, cuándo y adónde viajar según lo establezcan sus rituales y sus normas. Y en esta matrix rebelarse es de anormales y desadaptados, rechazar muchas de las ideas y productos que nos venden es un herejía, una blasfemia. Se supone que tenías algún permiso mientras eras joven -aunque te cayeran a palos y a gases en las protestas-, pero cuando te haces mayor debes mostrarte muy conforme con la realidad que te impusieron o corres el riesgo de ser enviado al manicomio o al ostracismo.
Hay algunos para los que la enfermedad de la rebelión parece no apagarse con los años y por el contrario va en aumento, porque no se resignan al único y triste papel de seguir ciegamente sus dictados. Desafortunadamente, es poco lo que se puede hacer para oponerse a ellos.
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