Ellas y yo
Dedicada a Joanna Robayo, Diana Rivera, Milena Porras, Diana Barragán, Mónica Duarte y muchas que no recuerdo en este momento...
A propósito de ese maravilloso personaje femenino de La chica con el tatuaje de dragón, alguien en su crítica escribía que ella se dedicaba a hacer lo que más le gustaba: cazar hombres que habían abusado de las mujeres. A pesar de que es cierto que este maravilloso personaje se venga, creo que es un papel que a pocas mujeres nos interesa desempeñar y menos mal, porque... ¿se imaginan cuántos capados andarían por ahí?
Hasta hace poco tiempo creía que odiaba a las mujeres, que simplemente era imposible tener buenas relaciones con ellas porque asumía que estarían marcadas por la envidia y los celos. Estaba tan equivocada... Creo que todas nos dejamos envenenar por la misoginia que abunda por los rincones como las ratas -esas mismas que insisten en proclamar lo brutas, lo ignorantes, lo fastidiosas que somos- y no nos dábamos cuenta de que maltratarnos es el único camino que tienen algunos pobres seres para desahogar su frustración.
Y es que, aunque la publicidad arremete cada segundo contra nuestra autoestima, a ellos los tiene al borde del suicidio colectivo: cada vez más las inseguridades se enquistan en sus pequeñas mentes a causa de sus incipientes -o severas- calvicies; el tamaño (que nunca ha dejado de ser motivo de desvelo) de sus caprichosos penes o su incapacidad para saber realmente lo que pensamos de ellos. Se enfrentan cada día más al fracaso de sus bastiones de siempre como el fútbol y los prostíbulos. Se saben cada vez menos necesarios, no sólo para las mujeres, sino para la sociedad en general y como no pueden llorar gritan, chillan, aúllan, matan...
Ante eso, emplean el maltrato como forma de conquista, de intimidación y de dominación. Mientras, nosotras ignoramos, perdonamos una y otra vez sus insultos, su forma de exigir las cosas cuales reyezuelos. Lo malo es que ellos terminan por creer que lo son y luego, un día cualquiera, cuando dejamos de sentir lástima por esos tristes personajes y los dejamos, se vuelven mierda, se desesperan por buscar a otra que les diga lo que necesitan oír o lo que sea, da igual con tal de perderse en sus maravillosas y cálidas formas.
Nunca una mujer me mandó a callar tratándome de bruta; nunca una despreció la música que me gusta por considerarla inculta; ninguna me trató de tacaña porque no participé en una vaca para comprar alcohol. Nunca un hombre se quedó conmigo para preparar mi desayuno favorito el día de mi cumpleaños, nunca uno me ofreció su casa para llorar una pena de amor (sin sexo de por medio), eso lo hicieron mis amigas; nunca uno fue tan generoso y amoroso como lo han sido ellas conmigo.
No importa que sigan pensando que son los únicos que hacen, los únicos que leen, los únicos que saben; que sigan creyendo en su hombría basándose en su capacidad de eyacular como caballos después de moverse torpe y patéticamente durante unos cuantos segundos (a veces interminables) mientras nosotras pensamos en cómo nos masturbaremos después para salvar nuestro orgasmo; que continúen convencidos de su fuerza sólo porque son capaces de hacer sangrar rosadas vaginas, lindas bocas, tiernas mejillas o de amoratar hermosos ojos. Siempre, a pesar de lo que hagan y lo que digan, hay algo a lo que nunca podrán acceder, hay algo que nunca sabrán sobre nosotras y algo que nunca tendrán. Y sólo nosotras sabemos el secreto.
Yo mientras tanto seguiré analizando la posibilidad de adherirme a la causa del lesbianismo...
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