Este loco invento

Ya no puedo recordar cómo era mi vida antes; tal vez al levantarme y después de servirme el café prendiera la radio o el televisor; es posible que leyera el periódico o simplemente mirara por la ventana o hablara con las personas que vivían conmigo.

Puede que no lo sepa, pero estoy segura de que no soy la única. Y es que, ¿alguien sabe cómo nos comunicábamos con los familiares o amigos que vivían lejos? ¿Qué hacíamos con nuestro tiempo muerto, ese en que no estábamos trabajando, estudiando, durmiendo o enamorándonos? Me dirán que usábamos el teléfono, hacíamos visita, íbamos al cine o nos sentábamos en una panadería a tomar café o gaseosa con pan. Pero para bien o para mal, nuestra existencia nunca será la misma: Internet se ha adueñado de ella y de nuestro tiempo.

Tenemos a la mano desde pornografía hasta noticias de todos los rincones del mundo; desde vídeos de artistas desaparecidos hasta películas que aún no han llegado a los cines; desde recetas de cocina hasta la muerte de Gadafi en vivo y en directo... Ahora es posible contactarnos con gente que no sólo está lejos, sino que nunca hemos visto o no vemos en mucho tiempo, o más aún, que nunca veremos.

Esta maravilla global nos permite el don de la ubicuidad, la capacidad de expresar lo que sentimos y pensamos, cuándo y dónde se nos ocurra. También de ser militantes de múltiples causas: la defensa de los animales, la protesta social, la búsqueda de niños perdidos; la prevención del maltrato, los secuestros, el bullying; de participar en cadenas de oración por personas enfermas, compartir recetas milagrosas para curar el cáncer u otras enfermedades; alertar sobre los abusos de poder, las estafas de la industria farmacéutica o de las multinacionales que nos envenenan; expresar indignación por las múltiples guerras, la crítica a la clase política mundial, las cruzadas a favor y en contra de las religiones... Sentamos posición, criticamos, rechazamos, compartimos, perdemos y ganamos amigos y nos dormimos cada noche agobiados por las noticias desalentadoras o tranquilos de haber contribuido a que el mundo sea más justo, más creyente, o más escéptico; lo que sea, según los intereses de cada uno.

Pero ¿en qué radica el encanto, la seducción de este medio que nos hace apertrecharnos en nuestra cama o escritorio, protegidos detrás de una pantalla a través de la cual sólo mostramos lo que queremos y velamos lo que no nos enorgullece?

¿Será que nos libramos de la incomodidad del contacto, la inseguridad de 'la calle y sus vicios', del calor o del frío y de las inclemencias del tráfico? ¿Ahorramos tiempo y dinero, hacemos amigos a los que conservamos simplemente dando me gusta en sus publicaciones y enviando un mensaje o una postal virtual en sus cumpleaños, nos quedamos con los que nos son cercanos ideológicamente y nos deshacemos de aquellos que piensan diferente o no apoyan nuestras posturas? ¿Empezamos a detestar tener que salir, esperamos con ansia el momento de revisar nuestras notificaciones, nos cuesta concentrarnos en el aburrido profesor o conferencista que habla mientras podríamos estar chateando o whasapeando? ¿O simplemente nos saltamos las pocas normas sociales que subsisten y lo hacemos (escribir, revisar mensajes y fotos) sin ningún pudor?

Lo cierto es que resulta interesante preguntarse qué vendrá después y cuáles serán los efectos de este fenómeno en la sociedad. En el futuro inmediato seguiremos explotando esta herramienta capaz de hacernos fluctuar entre el anonimato y la efímera fama que nos proporciona la publicación de nuestros pobres triunfos en la vitrina a través de la cual observamos y nos observan, hasta que aparezcan otras, que no dejarán de aparecer...




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