Otro día en la red

Decidió que no volvería a indignarse por lo que pasara en el planeta: de nada le servía a las ballenas que ella compartiera imágenes horripilantes de sus matanzas en las costas ensangrentadas de países muy muy lejanos...

Era cierto, flaco favor le hacían a los niños palestinos sus ruegos por detener la masacre, es posible que ese día -ni ningún otro- Netanyahu no revisara su twitter y entonces nunca se enteraría de que una valiente suramericana lo había conminado a dejar en paz a sus sufridos vecinos.

Eso sí, pensó en lo que en esos momentos podría estar tramando Obama y su ejército de asesinos que predicaban la paz y practicaban las guerras; se preguntó qué cosa nueva estarían inventando las multinacionales para envenenarnos y odió a los políticos de su país por ser tan malditamente ambiciosos y corruptos.

Pero ya era hora de bañarse y salir a comprar lo del  almuerzo, asi que cerró su portátil y se metió a la ducha. Cuando salió a las calles soleadas y polvorientas todo estaba tranquilo. Si no es porque uno de esos endiablados buses que iban a toda atentando contra lo que se pusiera en su camino casi la atropella, hubiera flotado en una realidad que parecía mucho más apacible que la que reflejaba su facebook.

Era curioso cómo alguien consciente como ella, de vez en cuando caía en el embrujo de las redes sociales, cómo a veces sentia deseos de publicar la mejor foto de hace tres o diez años para acumular "me gusta". No podía dejar de sentir un poco de vergüenza consigo misma (no con los otros, que al fin y al cabo hacían lo mismo), por esperar aunque fuera un solo comentario en sus publicaciones, por emocionarse cada vez que llegaba una notificación, por sumar emocionada las felicitaciones de cumpleaños. No tenía cómo explicar esa pulsión que le costaba muho frenar cada vez que iba a engullir alguna comida sabrosa (las lentejas de todos los días no le producían esa sensación) o visitaba algun lugar nuevo, de compartir la foto con sus amistades virtuales. Ahora todos, que antes valoraban tanto la privacidad, se habían vuelto exhibicionistas y fetichistas, adoradores de objetos cuyo altar era el muro de su perfil en la red.

También el voyeurismo era un problema que no podía descuidar: había pasado muchas horas revisando los perfiles de otros, mirando sus fotos y preguntándose de dónde sacarían plata para viajar tanto, si todos eran una manada de ignorantes y mediocres, muchos sin título universitario, muchos con títulos comprados en universidades de garage...

Definitivamente, algún día cerraría todas sus cuentas y volvería a ser feliz e indocumentada, ignorando la vida de los demás y el caos en el mundo.

Lamentablemente, hoy no era ese día.

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