Viaje por Venezuela

Llegué asustada al puente Simón Bolívar que comunica Colombia con Venezuela, los rumores de que la cosa estaba fea pululaban, eso sí, el flujo de gente que iba y venía de uno al otro lado -a pie- era abundante. A lo largo del puente varios se ofrecieron a llevar las maletas en carritos de mercado por 5 mil -a estas alturas no sé si pesos o bolívares, diferencia importante-; decidí echar a andar con la mía a cuestas mientras cuadraba con un taxista que se ofrecía  a llevarnos hasta el terminal de San Cristóbal por 2.500 Bs cada uno, cuando otros pedían 5.000. Mintió cuando dijo que el carro estaba a dos cuadras, caminamos más de cinco hasta llegar a él, un Malibú viejo que suele ser utilizado en estos menesteres y, entre otras cosas, para transportar gasolina. Nos embarcamos, el viaje se hizo placentero, con poca cola y sólo tres pasajeros -nosotras-, más el chófer. 

Llegar a San Cristóbal -bastión de la oposición- y dirigirme a almorzar después de haber asegurado el pasaje hacia Caracas fue una agradable sorpresa: en la plaza de mercado había de todo, verduras, carne, pollo, la famosa harina pan, aunque a precio colombiano, 4.500 Bs., azúcar, aceite, harina de trigo, entre otros; había pan en todas las panaderías; caro sí, pero había. Curiosamente, el viaje que estaba planeado para las 4 de la tarde salió a las 5 y 45, tuvieron que embarcar en un sólo autobús a los viajeros de las 3, 4 y 5 de la tarde, algo inusual por estas épocas, lo cual consideré un mal presagio; noté que los precios habían aumentado considerablemente, el almuerzo nos costó 3.500 Bs., cuando la última vez que vine a Venezuela (en 2014) se conseguía uno bueno en 170. La arepa en una de las paradas costó 2.500 y por el café grande -sin leche- nos pidieron 1.000, cuando anteriormente costaba 35; otro inconveniente tuvo que ver con la falta de disponibilidad de los puntos de pago con tarjeta, alrededor todos contábamos fajos y fajos de billetes, aun así logramos cenar, volver al autobús y despertar a las 5:45 a.m. cuando ya entrábamos a mi amada Caracas, que nos recibió perezosa, con su olor a café y sus ranchos en las colinas, con sus autopistas... ¡Vaya que sigue siendo linda la condenada! 

Llegamos bien al Este, una zona "bien", aunque este al lado de la populosa barriada de Petare, vi dos pequeñas colas, una normal y otra de personas de la tercera edad "¿qué están vendiendo?, no se sabe, la gente viene a ver qué hay, seguro hoy les toca a su número de cédula"; una hora después ya no había cola. Los motochoros estaban de descanso, no vi ni uno, "parece que a esta hora se van a dormir después de su jornada de trabajo" dijo mi hermano. Nos recibió una montaña de hayacas, un pollo relleno y un pernil de cerdo a punto de entrar en el horno. Camionetas con verduras, huevos y de todo para preparar las hayacas estaban parqueadas al lado del andén; música en la panadería, esta a rebosar de gente comprando el pan de jamón. "¿Dónde diablos está la crisis? Creo que, como el comercial chibchombiano, estoy en el lugar equivocado, debí irme para el 23 de enero... Pero si estos burgueses son los que más se quejan, la verdad no entiendo nada..."

Para completar la decepción -pues me dijeron que estuviera preparada para entrar a Alepo, sin los bombardeos-, mi cuñada llega con una caja de panetonnes y otra de aceite de oliva, 16 regalos para mi sobrina incluidos una bicicleta y un televisor de 39 pulgadas, un dron... ¡Pero qué coños! Creo que me equivoqué de país o de noticieros, más bien espero sobrevivir a esa comilona, en Colombia hubiese tenido que conformarme con rebanadas de jamón de pavo de zenú y ensalada de papa con mayonesa... 

¡Qué diablos, relajarse y disfrutar de esta miseria, de esta porquería de revolución! Y felices pascuas.  

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