Ciudad de mis amores

Llegué a ti -una vez más- con el corazón roto. Entonces, a pesar de mis ojos empañados, pude contrastar el paisaje árido con tus verdes calles y sentir que estaba en casa.

Me recibiste con lluvia y neblina, me ayudaste a sanar más rápido mis heridas y me pregunté cómo podían llamarte “peladero", si aún puedo caminar desde mi casa hasta la biblioteca pública, si saludo al menos a una persona cuando salgo a la calle, ¿te dicen así por ser una ciudad marcada por el comercio, por ser el puente entre un país agrícola y atrasado y otro, en algún tiempo, rocambolescamente rico? Denigrarte no vuelve a quien lo hace más cosmopolita ni más culto: lo revela ignorante de tu historia, de tu encanto y de lo que llaman contexto.

No puedes ser más peladero que otros lugares en los que los niños se mueren de hambre o la gente se envenena poco a poco por el humo que respira; ni más que esa perla del caribe cuyos desechos corren impunes por sus calles hediondas; o que ese arribista patio trasero de turistas depravados que vienen a buscar niñas de 13 años mientras se empujan droga por todos los orificios y sus nativos se aparean con las hembras del asno... No, no puedes serlo más que aquellas montañas que engendraron a los peores delincuentes desde curas hasta presidentes, desde narcos hasta asesinos que redujeron a muchos a cenizas; me niego a creer que esta Villa tan importante en la historia de este país ladino, sea eso que unos cuantos pseudointelectuales que aspiran a ser aceptados por la farándula bogotana afirman jactanciosamente que es.

Si aquí no hay arte, es por culpa del centralismo bicentenario y de los políticos ladrones venidos de todos lados que no dejan ni las migajas del erario para apoyar la cultura; si no hay teatros, es por esa horda de mercachifles que destruyeron los pocos lugares emblemáticos para darles paso a templos de la baratija, que es traída saltándose todos los caminos legales y nada le aporta a la economía del país; si no hay espectáculos, es porque a nuestra gente le han dado toda su vida circo telenovelero y vallenato para que se le adormezca el gusto y la curiosidad por conocer lo que hay más allá. Porque poetas, pintores y artistas de todo tipo sí hay, pero a los señoritos bien de la nevera les suenan feo por su acento nasal y su estampa sudorosa alejada de la bufanda y el "neutro" capitalino.

Insisto, no puede ser un peladero la cuna de maestros como Eduardo Cote Lamus, Carlos Perozzo García, Carlos Duplat y otros... Tantos o tan pocos como en cualquier ciudad de este de este vecindario llamado Colombia, porque, ¿a quién engañamos? ¿De qué podemos presumir los nacidos en esta gran finca si hemos vivido rodeados por una cerca que ni siquiera permitió -como sí pasó en tierras próximas- la entrada de otras culturas y  formas de ver el mundo? 

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