¿Todo es por el sexo?
Para nadie es un secreto que el sexo domina el mundo: todo, absolutamente todo lo que sucede en nuestras vidas tiene relación con él (lo dijo hace más de un siglo Sigmund Freud): ningún aspecto, ni aun la política, ni la religión están desligadas de este fenómeno... Y aunque en esta era de milenials es muy bonito pensar en el amor, no hay que buscar mucho para darse cuenta de que es más fácil conseguir alguien con quien fornicar que alguien a quien amar o que nos ame; porque el amor, el de los poemas y novelas, es un acto absolutamente voluntario y racional, que implica grandes esfuerzos y sacrificios que van en contra del instinto natural (la monogamia es un ejemplo de ello) que no todos están dispuestos a hacer (sólo los inteligentes, diría Rodolfo Llinás).
En el fondo, todo termina tratándose de sexo; sin embargo, algunas personas aún creen en ese invento humano -como todos los demás inventos- llamado amor y gastan energías en buscarlo aunque sepan lo imposible de esta empresa, dejando toda esa energía regada por ahí, en infinidad de bares, restaurantes, camas y cafés, cuando al final todo, inevitable e irremediablemente, se va a la mierda.
Por supuesto, la culpa la tiene la idea del amor que nos ha mostrado la cultura occidental: uno demasiado solemne y poco terrenal, trascendente, exclusivo, inmaculado, nada que ver con nuestra condición humana, sucia e imperfecta. ¿Cómo podemos ser tan bestias para exigir amor eterno a un pobre mortal que come y defeca a diario, que está idiotizado por la publicidad y se derrite por los cuerpos jóvenes y turgentes de los comerciales de cualquier producto, cuyos creativos serían retrasados mentales si pusieran en ellos a gente normal, con defectos? ¿Cómo podemos aspirar a que el amor sobreviva a la rutina, las afugias económicas, las familias, las suegras, las amigas y los amigos, el tedio?
Y como con esa idea del amor viene la de posesión, la cosa se vuelve aún más compleja: creemos que el otro debe ser únicamente para nosotros, que su cuerpo y hasta sus pensamientos nos pertenecen... Cuando alguien ha sentido la punzada de los celos sabe lo doloroso que pueden ser, para quien los padece, la zozobra, la ansiedad, la irrupción de pensamientos horribles sobre las miles de formas posibles de ser engañado; y el daño que estos causan a la pareja y al grupo familiar, aunque ¿nos hemos preguntado si en vez de reprocharle podemos ayudarlo? ¿Deberíamos simplemente señalar, juzgar y abandonar al celotípico?
¿Qué podemos esperar de una sociedad tan enferma que muchos de sus miembros se atreven a pensar que tienen derecho a arrebatar la vida de alguien porque no corresponde a su “amor"? Si carecemos de inteligencia emocional ¿no deberían instruirnos en ese campo, como lo hacen con las matemáticas o la biología? ¿No traería esto como consecuencia individuos más sanos y nos haría por tanto, más viables como especie?
Mientras eso pasa, sigámonos matando por “amor", al fin y al cabo no deja de ser una dulce mentira... Mientras dura.
En el fondo, todo termina tratándose de sexo; sin embargo, algunas personas aún creen en ese invento humano -como todos los demás inventos- llamado amor y gastan energías en buscarlo aunque sepan lo imposible de esta empresa, dejando toda esa energía regada por ahí, en infinidad de bares, restaurantes, camas y cafés, cuando al final todo, inevitable e irremediablemente, se va a la mierda.
Por supuesto, la culpa la tiene la idea del amor que nos ha mostrado la cultura occidental: uno demasiado solemne y poco terrenal, trascendente, exclusivo, inmaculado, nada que ver con nuestra condición humana, sucia e imperfecta. ¿Cómo podemos ser tan bestias para exigir amor eterno a un pobre mortal que come y defeca a diario, que está idiotizado por la publicidad y se derrite por los cuerpos jóvenes y turgentes de los comerciales de cualquier producto, cuyos creativos serían retrasados mentales si pusieran en ellos a gente normal, con defectos? ¿Cómo podemos aspirar a que el amor sobreviva a la rutina, las afugias económicas, las familias, las suegras, las amigas y los amigos, el tedio?
Y como con esa idea del amor viene la de posesión, la cosa se vuelve aún más compleja: creemos que el otro debe ser únicamente para nosotros, que su cuerpo y hasta sus pensamientos nos pertenecen... Cuando alguien ha sentido la punzada de los celos sabe lo doloroso que pueden ser, para quien los padece, la zozobra, la ansiedad, la irrupción de pensamientos horribles sobre las miles de formas posibles de ser engañado; y el daño que estos causan a la pareja y al grupo familiar, aunque ¿nos hemos preguntado si en vez de reprocharle podemos ayudarlo? ¿Deberíamos simplemente señalar, juzgar y abandonar al celotípico?
¿Qué podemos esperar de una sociedad tan enferma que muchos de sus miembros se atreven a pensar que tienen derecho a arrebatar la vida de alguien porque no corresponde a su “amor"? Si carecemos de inteligencia emocional ¿no deberían instruirnos en ese campo, como lo hacen con las matemáticas o la biología? ¿No traería esto como consecuencia individuos más sanos y nos haría por tanto, más viables como especie?
Mientras eso pasa, sigámonos matando por “amor", al fin y al cabo no deja de ser una dulce mentira... Mientras dura.
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