Elogio de mi Colombia
Este, el segundo más feliz del mundo, es un país tremendamente aburrido. No porque no sucedan cosas de todo tipo, porque suceden. Muchas. Malas, especialmente.
Pero además de poca imaginación, es reiterativo, con sonsonetes que se han repetido durante años sin que nadie llegue a creerlos del todo, pero que son incuestionables al punto de ser tachado de apátrida quien se atreva a impugnarlos, como el de “somos el mejor vividero del mundo", este es el paraíso más bello" y “con la mejor gente" o, “si no tuviéramos guerra seríamos una potencia"...
Sin embargo, estas verdades basadas en argumentos de humo, terminan por aburrir y por sembrar en sus habitantes un sentimiento de inutilidad, reflejado en el “eso pa qué", “deje así", “pa qué voto si van a gobernar los mismos"; “para qué pago los impuestos si los políticos se van a robar la plata"; “para qué cumplo con la ley si los demás se la pasan por la faja"...
Desesperanza aprendida, dirían los psicólogos. Un país de negativos. Un país que se toma demasiado en serio a sí mismo; un país cuyo ego es tan frágil que siempre está al borde del colapso. Un pais desmembrado, buscando desesperadamente algo de cohesión. De esperanza.
Paradójicamente, esta tierra feliz, está al acecho ante cualquier presa fácil, no importa o mucho más si se trata de un compatriota; un país tan cariñoso y tan letal, tan pródigo en elogios como en imprecaciones. País esquizofrénico.
El mismo que durante años cacareó su deseo de paz en reinados y púlpitos, en tarimas y televisores, en cientos de revistas y periódicos y ahora desde allí ataca un proceso de paz que, aunque imperfecto como todo lo humano, nos saca de un marasmo de casi 60 años. Un país que añora volver a un pasado de guerra y que reivindica la pacificación a través de la bala, la motosierra y los hornos crematorios...
País de héroes de un día que al otro día son reducidos a parias; país de reivindicaciones vacías; país mezquino y egoísta. País enfermo y perverso. Tan benévolo como lo pueden ser los payasos diabólicos de las películas de terror.
¡Cómo te temo Colombia! A qué nuevo abismo habrás de llevarnos ahora?
Desesperanza aprendida, dirían los psicólogos. Un país de negativos. Un país que se toma demasiado en serio a sí mismo; un país cuyo ego es tan frágil que siempre está al borde del colapso. Un pais desmembrado, buscando desesperadamente algo de cohesión. De esperanza.
Paradójicamente, esta tierra feliz, está al acecho ante cualquier presa fácil, no importa o mucho más si se trata de un compatriota; un país tan cariñoso y tan letal, tan pródigo en elogios como en imprecaciones. País esquizofrénico.
El mismo que durante años cacareó su deseo de paz en reinados y púlpitos, en tarimas y televisores, en cientos de revistas y periódicos y ahora desde allí ataca un proceso de paz que, aunque imperfecto como todo lo humano, nos saca de un marasmo de casi 60 años. Un país que añora volver a un pasado de guerra y que reivindica la pacificación a través de la bala, la motosierra y los hornos crematorios...
País de héroes de un día que al otro día son reducidos a parias; país de reivindicaciones vacías; país mezquino y egoísta. País enfermo y perverso. Tan benévolo como lo pueden ser los payasos diabólicos de las películas de terror.
¡Cómo te temo Colombia! A qué nuevo abismo habrás de llevarnos ahora?
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