Tiempos de pandemia II

Una película mala de domingo en la tarde es lo que estamos viviendo.

Hoy es el tercer día de confinamiento obligatorio decretado por el gobierno -tal como lo han hecho otros en el mundo-, para intentar detener el avance del virus; hay prohibición de salir de nuestras casas, de juntarnos, de saludar a otros con un simple apretón de manos. Y como en esos filmes apocalípticos, las imágenes de la catástrofe no se hacen esperar: largas filas en los supermercados de gente que puede llenar sus carros con cosas necesarias y no tanto; saqueos a almacenes por parte de algunos que no se cuentan dentro de las gentes de bien con ahorros en sus cuentas bancarias; en las calles la desesperación de los que no tienen qué comer o un hogar en el cuál resguardarse. Hoy el líder de una de las religiones dominantes se ha dirigido a sus fieles en una plaza silenciosa, desde el bastión de la opulencia de su nada austero Estado, el Papa Francisco ha pedido reflexionar sobre este mundo enfermo y egoísta que hemos construido.

Nos exigen aislarnos y hemos creado una sociedad que se basa en el contacto. Antes nos mandaban a conseguir pareja, reproducirnos, hacer fiestas familiares y rodearnos de amigos; ahora tomarse un café o una cerveza en un bar parece muy lejano. Así deben haberse sentido los que vivieron las guerras mundiales, esperando que las bombas dejaran de caer para poder salir al mercado o al cine, para hacer el amor lento y sin miedo... Creo que nadie de mi generación vio la hecatombe tan cerca.

¿Y si no lo logramos? ¿Si alguno de nosotros no llega a finalizar el mes, el trimestre, si lo que hemos vivido hasta antes de la cuarentena fue todo? Quedará en nuestros armarios la ropa que no usamos, la maleta que no pudimos estrenar en ese viaje cuyos pasajes perdimos o nunca llegamos a comprar. ¿Y si nuestra ida a bailar o esa cena con amigos antes de encerrarnos fue realmente la última?

He pasado por casi todos los estados de ánimo posibles en estos cuatro días: un positivismo irracional, pensando en que todo esto es una oportu-crisis (en palabras de los Simpsons) de la cual saldremos, no sólo vivos, sino fortalecidos; un pesimismo irrebatible frente a las estadísticas que no paran de aumentar; una sensación de libertad al salir a las calles vacías a desafiar las restricciones; una resignación que le implora al bicho que me invada de una vez para sufrirlo y vencerlo estoicamente, para que pase algo que me saque de una vez de la paranoia y de esta angustia hasta de tocarme con mis propias manos, que si mi cuerpo no puede derrotarlo sea mi hora, que tendrá que llegar, como a todos.

Ya sé que en el fondo todos esperamos que esto pase para volver a nuestras vidas, que, aunque infelices, nos daban pequeños momentos de alegría. Tal vez sólo deseemos una última oportunidad para hacer aquello que dejamos pendiente, algo a lo que la pandemia no le puso pausa, sino nosotros mismos...

Aunque como están las cosas eso, como todo lo demás que conocimos, tal vez ya nunca sea.

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