Tiempos de pandemia III
¿Se levantan todos los días como yo, pensando que lo de la pandemia fue una pesadilla? ¿Que todo está mal, como siempre, pero sin la amenaza de enfermar y morir ahogado sin nadie más alrededor que unos cuantos trabajadores de la salud cubiertos de pies a cabeza? ¿Rememoran ese último día feliz, como el mío en la playa cuando llevé de la mano a mi sobrina que se aventuraba un poco más adentro en el mar? ¿Pasan las noches presas de la angustia, ante la idea de morir precisamente ahora, cuando todo parecía por fin empezar a ir bien, con la gente despertando y saliendo a las calles a pelear por sus derechos?
Recuerdo haber pensado ese 3 de enero mientras miraba las montañas de La Guaira que siempre recordaría ese momento, pasara lo que pasara, porque sólo ese instante importaba, sintiendo el calor del sol en mis hombros y el agua que enfriaba mis piernas, saboreando la cerveza que en la orilla me esperaba en la hielera; era feliz y lo sabía. Ahora no sé si volveré a serlo. Nunca imaginé que ese “pasara lo que pasara" involucraría la amenaza de un virus que nos impide ver y sobre todo abrazar a quienes amamos, temer a cualquiera que se nos acerque y no saber cuándo terminará todo, para volver a los innumerables problemas que antes nos agobiaban.
Pero, ¿qué es lo que nos pone en este estado de inquietud, lo que nos llena de desasosiego y desesperanza? ¿Es no poder seguir con nuestra vida, porque nuestras libertades individuales se han visto más restringidas que nunca con los toques de queda, los días permitidos para hacer compras y las pocas actividades que están exentas de prohibición argumentando que es por nuestro bien (si más que la pandemia es la incapacidad de los gobiernos de proveernos la atención en salud que requeriríamos -no sólo en esta crisis-, la que nos tiene confinados)? ¿Es la posibilidad de enfermar, ser aislados y morir lejos de los nuestros y sin que alguien querido estreche nuestra mano?
¿Si ya había suficientes enfermedades, guerra y hambrunas por qué nos cuesta tanto la idea de abandonar este mundo a pesar de lo mucho que nos amenaza, agrede y decepciona? ¿Por qué habríamos de sentir miedo quienes hemos soportado una guerra de 60 años, o mujeres que como yo a pesar de haber salido tantas veces solas de nuestras casas o de un bar y de estar bebidas, subir a tantos taxis o haber caminado de noche, hemos tenido la fortuna de que nuestros cuerpos no hayan sido encontrados en un lugar solitario, desnudos, violados o asesinados?
¿Por qué entonces tememos, si hemos sobrevivido a tanto? Eso no garantiza que ahora no podamos contagiarnos y que nuestros cuerpos, a los que hemos tratado de cuidar y proteger no sucumban, pero podríamos sentirnos satisfechos: hemos peleado y vencido en varias batallas.
Tratemos de salir de esta con honor y dignidad, aunque, no obstante, esto implique que, en palabras de García Márquez “no vivamos para contarla".
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