Un miércoles cualquiera

Querido diario:
Quise comunicarte mi nuevo descubrimiento y es que, al parecer, no todo es malo en este confinamiento: he entendido cosas sobre mí y los otros que ni en mil años de vida “normal” podría haber imaginado y que serán invaluables en tiempos venideros (si llega a haberlos).

¿Recuerdas ese cuento de Cortázar La autopista del sur? Me gustó tanto cuando lo leí, me pareció la vida reflejada... En esa historia de 30 páginas algo pasa en la carretera que hay un gran atasco de carros que pretenden entrar a la ciudad; éste se prolonga por horas, días, la espera se convierte en desespero, luego en resignación, la gente empieza a acostumbrarse, por una necesidad de supervivencia se organizan, se crea una pequeña comunidad, se establecen relaciones, aparecen los conflictos, liderazgos, amores y la inevitable muerte.

Bueno, ha sucedido algo similar en mi cuadra, especialmente con los vecinos del frente y de ambos lados de mi casa: como nunca antes nos hemos conocido, nos ponemos citas a través de la reja, compartimos las frutas o verduras que compramos a los carreteros que pasan y sólo venden en grandes cantidades; a veces un cerveza, un vino o una agüita de hierbas.

No hay muchas opciones en estos días de encierro, así que si no queríamos morir de soledad debíamos acudir a los más cercanos (evoco también el texto de Daniel Samper Pizano en la época de los apagones cuando las familias volvieron a comer juntas sin el infaltable televisor y cómo jocosamente mencionaba que en esos encuentros algunos conocían hasta a nuevos miembros con quienes no habían tenido el gusto de departir). He tenido conversaciones con personas que llevan más de veinte años viviendo en mi calle y con las cuales no cruzaba ni un saludo; me he dado cuenta de que un vecinito cansón que estrellaba su balón contra las rejas del garaje ahora es un adolescente que por unas monedas hace los mandados y saca a pasear a los perros de la gente mayor que no puede salir; ellos saben los dolores que me aquejan y yo los suyos, me desean y les deseo pronta mejoría.

Me gusta este estado de cosas, sólo me preocupa que en la narración del argentino una vez que el trancón se disipa las gentes también, la velocidad en la vía aumenta y a medida que se acercan a la gran urbe las caras conocidas dentro de los autos se pierden en el horizonte. No hubo tiempo para despedidas, la rutina establecida desapareció y nadie pensó en tomar los datos para volver a contactarse, tal vez pensaron que ese momento duraría toda la vida. 

Ojalá no nos pase igual.

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