Salir

Mi madre acaba de terminar de armar el árbol de navidad -sin mi ayuda- y al preguntar cómo se veía no pude evitar decirle que me daba igual.

No me gusta asumir la pose de del Grinch cinematográfico, tampoco de la furibunda anti imperialista ni de la pachamamerta que pone árboles secos y no pinos, pero detesto todo lo que esta época implica.

Acabo de cerrar mi cuenta de facebook porque no soporté ver a antiguos compañeros de universidad otrora despeinados y con mochila, hablando o presumiendo en fotos de sus decoraciones navideñas, de lo emocionados que están sus hijos, de la caja de donuts con decoración en rojo, verde y blanco que se han comido o van a engullir para seguir engordando como pavos navideños a quienes algún día les llegará su diciembre. No pude tampoco con sus lamentos por los familiares perdidos este año por cuenta del omnipresente virus y no puedo ni podré más con sus opiniones, quejas, reflexiones (que yo también hice de manera recurrente y casi enfermiza). Hoy decidí salir de ese mundo de exposición asfixiante. Hoy quiero salir de todo lo que pueda en este mundo que cada vez me irrita más.

Mantendré al mínimo mis redes y por ende los contactos sociales, desearía no tener siquiera esta necesidad absurda de compartir con unos pocos conocidos y otros anónimos lo que siento a través de estas letras; me rehúso a ser una compradora y una consumidora más; lamento tener que usar un teléfono inteligente para comunicarme con familiares y amigos, para enterarme de lo que pasa en el planeta; ya no pienso comprar ni celebrar lo que me dicen y cuando me digan que debo hacerlo, no me pienso obligar a ser sociable, tampoco seré ya nunca una empleada de tiempo completo en nada ni para nadie. Tendré lo que necesite, no más que eso.

Sin salir de lo que considero mi hogar, saldré de esta rueda en la que nos apretujamos como hámsters rumbo a la destrucción. Acepto mi destino de no envejecer ni tener nietos a quienes malcriar. Quiero que sepan que verdaderamente detesto los rollos de canela y los mc flurry's que me obligué a comprar para no parecer una miserable tacaña. Prefiero las almojábanas rellenas con bocadillo, aunque no sea una hippie vegana sembradora y recolectora de sus propios alimentos.

Salgo de un mundo al que me obligué a entrar para ser aceptada.  Y, como rezaba ese edicto memorable en la película La estrategia del caracol, “ahí les dejo su hijueputa casa pintada".

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