¿Sabemos amar?

Últimamente, y ante el número creciente de conflictos en los hogares y relaciones por causa del tiempo que hemos debido pasar confinados, es imposible no preguntarse ¿cuántas de nuestras relaciones son motivadas  por sentimientos puros y no por deber y obligación, entre otras causales? Es decir ¿Cuánto de ese amor es real, genuino y no responde a presiones sociales?

Creemos que amamos -y esto no es un invento, está soportado por investigaciones científicas-, porque sentimos atracción sexual, porque sobrevaloramos el concepto de pareja de la novela romántica o nos atrae lo que el otro refleja de nosotros y cómo nos hace sentir; nos unen a nuestros seres queridos los ideales de la familia feliz, el cuento de la armonía parental; a nuestros hijos la exaltación de la paternidad, los machacados “madre no hay sino una" o “los hijos son la prolongación de la existencia"...

Pero en resumidas cuentas no amamos, nos quedamos en un lugar seguro que puede volverse nuestra prisión o incluso nuestra sepultura solo porque la sociedad agrícola se fundamenta en el establecimiento de hogares permanentes (ya no vamos, como nuestros antepasados cazadores-recolectores de un lado al otro tomando lo que la naturaleza nos brinda: ahora cosechamos y debemos cuidar nuestros cultivos, no importa si no sembramos nada de manera literal). Tantos matrimonios han permanecido juntos por prescripción social, por temor al escándalo, a la soledad o simplemente a lo desconocido. Muchos dicen amar a sus descendientes y a veces no les procuran el más mínimo cuidado o atención; cuántos hijos permanecen al lado de sus padres hasta la ancianidad porque lo consideran un mandato divino o se ven empujados por circunstancias familiares o necesidad... Y ahí, ¿dónde está el amor?

Tal vez existan los amores de verdad: algunas amistades entre personas del mismo o diferente sexo son amor puro; el de muchos y muchas hacia sus mascotas trasciende los sentimientos que expresan incluso hacia sus propios familiares; hay tíos y tías que darían la vida por sus sobrinos; y una gran cantidad de padres y madres sienten hacia sus hijos uno sincero, no sólo el que responde a una responsabilidad adquirida...

¿Cómo reconocerlo? Me atrevo a lanzar algunas de sus principales características (espero que no parezca sacado del texto bíblico I de Corintios, aunque puede que tome cosas de allí): el verdadero amor no es egoísta, quiere el bien y la felicidad del ser amado por encima de los propios deseos y prejuicios; no busca cambiar al otro para complacerse, no lo retiene ni lo obliga, no lo maltrata; se demuestra con pequeños y grandes actos, con lealtad, con servicio, entiende y atiende las necesidades del o la amada; puede reconocerse, sabe cuándo no es y cuándo debe renunciar e irse; pero ante todo, el que ama primero se atiende y es leal a sí mismo. Esta es la primera condición para amar de manera sana a otros.

Deberíamos pensar si amamos realmente, pero, fundamentalmente, sería una buena idea comenzar a hacerlo.



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