Los libros y la lectura
Una de mis mayores ocupaciones durante este tiempo de pandemia ha sido la lectura; poniéndome al día con clásicos como La Odisea, Veinte mil leguas de viaje submarino o Madame Bovary, he logrado sacarle el cuerpo a la angustia y evadirme de una realidad que ha producido tanto sufrimiento a una gran parte de la humanidad.
He contado esta historia muchas veces, mi hermano y yo empezamos a leer desde pequeños aun antes de que en el colegio nos obligaran a hacer reseñas sobre García Márquez y sin que nadie nos empujara a ello. Había libros en la casa y no existía la televisión por cable (mucho, pero muchísimo menos el internet), así que leíamos para no aburrirnos y porque era más divertido que hacer tareas (claro que en nuestra época eran muy pocas y sencillas, se podían hacer en la primera hora de clase antes de que llegaran los profesores).
Mi mamá compraba muchos de ellos a través del catálogo del “Círculo de lectores", que era poco dado a los clásicos y más enfocado en los de suspenso de Agatha Christie o Jack Higgins o en novelas románticas con títulos como Tierna furia de amor o Miedo a volar. Antes de cumplir nueve años yo había leído la “saga" de Flores en el ático (Pétalos al viento, Si hubiera espinas, Cenizas del ayer) y aunque ahora mismo no la recomendaría a alguien de esa edad, podría asegurar que ha visto cosas peores en televisión o internet.
Mi hermano también leía las historietas de vaqueros que encontraba desparramadas en el cuarto de mi tío materno y de paso la revista Vea y supongo que una que otra pornográfica. Pero nunca leímos para presumir, eso ni siquiera se nos pasaba por la cabeza; vine a saber en la universidad que la gente se reunía a hablar de los libros que había leído, haciendo con ello gala de su erudición (y por supuesto, ninguno de los que mencionaban en esas tertulias me sonaba conocido). Ese descubrimiento me hizo sentir como una completa ignorante.
Me sigue sorprendiendo que la gente utilice la lectura para discriminar o sentirse superior, aunque tampoco entiendo cómo a algunos les parece aburrido seguir una historia, imaginarse personajes y lugares desconocidos; ¿cómo hacen para no sentir la curiosidad de sumergirse en esos mundos de fantasía y experimentar la nostalgia cuando nos despedimos de un libro que nos acompañó durante semanas, meses o incluso años? Transmitir esa sensación sigue siendo imposible, porque, como reza la frase que le atribuyen a Borges, ¿cómo se obliga a alguien a ser feliz?
Lamento que esa felicidad la conozcan cada vez más pocos; me aterra también que en el mundo de las letras, como en todo, haya tanta basura disponible para consumir; siento mucho que nos leamos a más teóricos y a más literatos, pero sobre todo me entristece que, contrario a mi deseo y el de muchos, no sea la lectura tampoco lo que vaya a salvar a nuestro ya condenado mundo.
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