Soñar

Llevo un rato observándola dormir, como tantas otras veces. Mi gata se estremece, sus bigotes parecen convulsionar, su boca hace ademán de mamar y pienso en si ella y ellos (perros, gatos, leones, chimpancés) soñarán, si aromas de su infancia podrán aparecer en sus etapas profundas de sueño. Si por poseer, al igual que nosotros, un sistema nervioso desarrollado, habrán de tener consciencia e inconsciencia.

La veo y me hace feliz pensarlo, pero también me compadezco de quienes dicen no soñar (¿será eso posible?) pues ¿habría otra manera de soportar la realidad si no nos hundiéramos cada noche en ese mundo onírico en el que reminiscencias del pasado, amores ya lejanos, personas que hace mucho dejaron este mundo o nosotros mismos aparecen, viven, actúan como si fuera una realidad paralela, otra vida nuestra de 6, 8, 10 horas -según sea el hábito de sueño de cada uno-?

Definitivamente soy una soñadora. Pero no de esas de día, en el mundo diurno soy más bien una escéptica de la vida que no hace planes más allá de unas pocas horas, así que proyectar planes futuros me es imposible. 

Pero de noche, juro que me transformo en una Sherezada que se cuenta a sí misma historia tras historia y despierta confundiendo sueño y realidad, al punto de que ha sido común a lo largo de todos estos años dudar de si algo lo viví o lo soñé. 

Tantas veces no he estado en mis sueños, tantas veces soy solo una espectadora de lo que hacen otros a quienes nunca conocí, que he llegado a creer, en contra de mi propia razón, que existe la reencarnación y he vivido muchas vidas, de las cuales esta es solo una más.

Tendría que agradecer a mi inconsciente por permitirme soñar tanto, sé que si mi vida no fuera cada noche un alistarme para la aventura de soñar, no habría podido tolerar el mundo real.

Por eso en tiempos aciagos, como lo son todos, nos deseo bonitos sueños.

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