Mi cuarto propio
Que una mujer debe tener dinero y un cuarto propio para poder escribir novelas, sentenció esa extraterrestre monumental, que revolucionó junto con tantas otras el mundo llamada Virginia Woolf.
Lo hizo recordando que hace apenas un par de siglos las mujeres no teníamos un espacio físico más allá del compartido con otros miembros de la familia para "ser y hacer" a nuestro antojo, y por la pesada carga de obligaciones que tenían nuestras antepasadas como para hacer otra cosa además de fregar y cocinar; esto sumado al escarnio y la infinidad de críticas que recibían las pocas que se atrevían a desafiar ese mezquino orden establecido.
Pues bien, he aquí que algunas no se resignaron y escribieron, pintaron, compusieron música, filmaron películas y se desnudaron, emborracharon e hicieron todo los que les estaba prohibido; cada vez somos más, aunque aun hay muchas que no tuvieron ni tendrán más destino que la cocina, la escoba o las calles para mendigar o prostituirse, porque les fueron vetadas la educación y las oportunidades; porque crecieron en un entorno empobrecido; porque la desigualdad se ensaña mucho más con ellas y todavía las cadenas socio culturales nos imponen el mandato del amor y la reproducción como un deber y fuente de completud femenina. A pesar de todo seguimos conquistando espacios, algo que a veces nos demanda esfuerzos sobrehumanos que pagamos con nuestra vida o con infelicidad (aunque en estos tiempos la insatisfacción es lo que caracteriza la existencia de todo el género humano).
No sobra decir que algunas nacimos y crecimos con ciertos privilegios; que aunque durante décadas cuestionamos nuestros entornos y los múltiples errores que se cometieron en nuestra crianza debemos reconocer que gracias a esas ventajas escribimos algunas letras, asistimos a la universidad, tuvimos una voz y fuimos más que "la esposa o la mamá de..." Personalmente, ahora que supero mi mediana edad y después de saldar cuentas con la niña y adolescente rebelde que fui -además de empezar a trabajar en mis mommy and daddy issues-, debo reconocer que si no hubiera tenido una educación, una casa a la cual poder volver una y otra vez y una madre que aunque no entendía lo que pasaba me abría los brazos y soportaba los embates de mi rabia, no sería la incipiente lanzadora de palabras que hoy soy.
Gracias a ello pude irme de lugares en los que se me exigía recoger ropa que no era mía del suelo y lavarla, algo que nunca hice en mi casa; de espacios en los que se alzaba la voz o se me echaba en cara la comida que ingería o la luz que gastaba, como jamás lo viví en mi hogar; de relaciones en las que era insuficiente y en las que no recibía ninguna dignidad como persona y mucho menos amor, como sí lo he tenido en el seno de mi familia.
Ese, puedo decirlo ahora, ha sido mi cuarto propio. ¿Cuál es el tuyo?
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