Tuve una vez un amigo
Más bien han sido varios, en algunos casos fue amistad verdadera, en otros había otras intenciones; unos desaparecieron, otros permanecen.
Pero este en particular (a pesar de no ser lo que para muchos es una buena persona) me vio de otra manera que ahora, después de haber llegado un poco tarde a la comprensión de la desigualdad de los sexos, entiendo que fue imprescindible para perder el miedo a hablar desde mi propia voz y mi propio lenguaje. Es que su mirada no se fijaba en mis senos ni en mi trasero: estaba al nivel de mi cabeza y me apuntaba de frente al cerebro.
Con él descubrí lo maravilloso de pasar la noche hablando tanto de lo profundo como de lo banal, de los libros leídos sólo por el placer de hacerlo, de los chismes de la farándula local e internacional, de burlarnos del alto grado de estupidez de los demás y de nosotros mismos, de horrorizarnos con la maldad humana y asombrarnos con las portentosas creaciones de esta contradictoria especie que somos. En esas tertulias me revelé a mí misma como una interlocutora interesante, a la altura de cualquier conversación.
No formamos parte de la vida del otro en este momento; ciertamente el personaje que creó para relacionarse con el mundo me repugna, pero valoro lo que me dio en el tiempo que compartimos: lo que me inspiró haberlo visto como un modelo a seguir cuando era apenas un escritor de blogs desconocido; lo que me maravilló llegar a su casa y ver en pantalla grande uno de mis primeros textos y escuchar sus comentarios que me sonaban un poco exagerados pero halagadores.
Tal vez pasó antes y no lo noté, pero por primera vez sentí que alguien se impresionaba más por mi inteligencia que por otra cosa y -no porque me crea un sex symbol- si algo sabemos las mujeres es que se nos suele juzgar más por las cualidades físicas que tengamos o de las que carezcamos, por eso cuando no es así lo agradecemos.
A esta persona la llevo en mi corazón aunque con frecuencia la deteste; la extraño como a esos días en los que buscábamos algo que no sabíamos qué era, tal vez no morirnos de aburrimiento en un lugar tan terrorífico como la ciudad donde nacimos, y perdernos en la fantasía del alcohol y otras sustancias. Sé que esos días no volverán y que nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos, como dice Neruda en su poema, pero seguiré buscando repetir esa sensación y esa embriaguez, que me hacían sentir tan viva.
Me gusta cuando se afirma a sí misma como una persona interesante. Al leerle, pienso con complicidad: "esa Mónica sí es creída", pero de inmediato me digo: "porquería de sociedad, nos piden confianza en sí mismas y cuando la tenemos, somos unas creídas, arrogantes y vanidosas". Ahora, sobre el amigo, pues qué rabia sentir ese agradecimento porque es la excepción y no la regla. Que agradezca él por haberla conocido a ud, Moni Moni.
ResponderEliminarImagínese tener que agradecerle a otro que uno se descubra como alguien interesante... Pero es cierto que por un lado los otros son los espejos en los que nos reflejamos y por otro lado por eso mismo, porque la sociedad se ensaña con nuestro ego de una manera tan desmesurada que es imposible que el auto reconocimiento fluya desde el interior, es que uno necesita la validación externa tanto como el sediento al preciado líquido. Así que termina uno agradeciendo lo que debería ser natural, como ud dice, la regla y no la excepción.
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