Monogamia feroz
Te encuentras con esos amigos que llevan más de diez años casados y sientes que son un solo ente que respira y camina en dos piernas, como unos siameses que de tanto andar juntos ya saben lo que cada uno va a decir y se completan las frases; te parecía lindo antes, pero ahora, después de tanto trajinar por la vida te parece un poco fatigoso.
Escuchas en consulta a esos veinteañeros que al calor de la pasión engendraron un hijo que llegó a destiempo, que interrumpe sus rutinas y se suma a sus múltiples desencuentros; que será criado por la dedicada abuela quien no pudo educar a sus propios vástagos por tener que salir cada día a buscar el sustento, pero que ahora está dispuesta a reparar a través de este ser todos los errores que cometió y que seguirá cometiendo su descendencia sin que nadie pueda evitarlo... No entiendes por qué estos casi infantes insisten en permanecer juntos intentando exorcizar sus múltiples demonios (especialmente el de los celos obsesivos, omnipresentes) cada uno revisando el Whatsapp del otro en busca de señales de engaño, de pruebas contundentes de que se flirtea y se demuestra interés fuera de este círculo de inexistente felicidad y más bien fuente de agobio.
Te preguntas por qué algunas parejas se dan siempre la razón frente a los demás, ¿acaso evitan una discusión o simplemente la posponen para la llegada a casa? ¿Cómo se soportan esos que pelean todo el día y parecen no tener nada en común? Y además, ¿es posible que todas las anécdotas sean compartidas, no hay espacio para la individualidad, no tienen vidas por separado?
Tratas de imaginar cómo sería cada uno si no estuviera fusionado con el otro (sobre todo el que parece estar más a la sombra del que ama); cuáles serían sus ideas si no tuvieran que demostrar al mundo que sólo esa persona de entre miles le agrada y es la única con quien le interesa estar. Observas con inquietud cómo deben negar el natural deseo y abstenerse de mirar más de una vez a alguien que les parece atractivo sólo por "evitar problemas"; que cada uno está siempre bajo sospecha para su media naranja y cualquier tercero resulta siendo una amenaza (lo atisbas cuando el amado se va al baño y por un momento el otro es nuevamente un individuo que coquetea, pero su gesto vuelve a ser indiferente cuando aquel regresa). Sabes que será así interminablemente hasta que alguno de los dos se canse o se vaya con uno o una más joven (o más rico o más interesante, lo que sea).
Piensas ¿Alguna vez actué como ellos? ¿Llegué a creer que otro y yo éramos la encarnación del amor, de todos los amores de la historia del mundo, que no se iba a acabar nunca y los demás eran unos pobres mortales por no experimentar esa sublime sensación? Por supuesto que sí y también una vez tras otra me decepcioné sin que por eso dejara de intentar tocar el cielo de la realización a partir de la búsqueda de una aparente completud, la persecución incesante de eso que, por lo irrealizable, nos es tan esquivo.
¿Cuántas veces fingimos desinterés, negamos atracciones, dejamos de cometer infidelidades solo para esgrimir frente al otro una superioridad moral a prueba de la más exhaustiva investigación, para poder reclamar exclusividad y dedicación sin ambages? Nos morimos de miedo de perder "eso" que creemos tan valioso aunque sea disfuncional y caótico; nos sentimos cómodos con nuestras miserias ya reveladas en pareja; el pánico a la soledad o a pasar de nuevo por el proceso de conquista y la posterior desilusión nos arrojan a esa caverna de disconfort, a esa paranoia constante, a la terrible sensación de conservar “lo poco" bueno ante la perspectiva de quedarnos un día sin nada.
¡Qué agotador tener que mentirnos y negar nuestra naturaleza para parecer normales dentro de una sociedad tan patológica! Honestamente, ¿es buena idea la monogamia?
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