Fuera de lugar
Vivimos en una época saturada de ruido, eventos, celebridades, productos, entretenimiento; pero estamos cada vez más solos, cansados, distraídos y aburridos.
No sé si atribuirlo a la edad, cada vez siento menos deseos de salir de la casa -a menos que sea para ir a un lugar silencioso y rodeado de verde-: la idea de deambular por terminales de buses o aeropuertos atestados me genera una angustia tremenda; imaginar en cada lugar en el que me quiera tomar una foto a un enjambre de seres con el mismo deseo con sus bermudas, gorras, botellas de agua, su ruido incesante y basura tecnológica me hace no querer ya conocer la torre Eiffel, la Fontana de Trevi, el Peñón de Guatapé o las pirámides de Chichen Itzá. Aunque, ¡a quién engaño! Tampoco iba a tener nunca el dinero suficiente para ir a ningún lado; tal vez esta amargura no sea más que un consuelo de pobre.
Tampoco me interesan ya los conciertos multitudinarios (y pensar que a los 18 hice hasta colecta para ir al que sería el primero, de Gloria Estefan) ni porque reúnan a un montón de mis cantantes favoritos, casi todos en la plenitud de su vejez, me motivan a pagar pasajes hasta la capital (donde ocurre la mayoría) y una entrada carísima a través de una empresa especuladora, ni mucho menos a hacer una fila de horas bajo el sol y la lluvia para escucharlos con sus voces distorsionadas por los amplificadores y verlos pequeñitos a través de una pantalla pensando en que debo aguantar indefinidamente las ganas de orinar y preguntándome cada 20 segundos: ¿qué hago aquí?
Casi no quiero ir al cine o al menos no en mi ciudad, no me interesa lo que nos quieren vender, que no son películas sino franquicias, como la comida chatarra y casi todo lo demás que nos meten por los ojos. Sentirme obligada no solo a ver los éxitos de taquilla, sino a soportar durante más de tres horas a gente que masca sus palomitas como si fueran rumiantes y no puede dejar de mirar y enviar mensajes en su teléfono cuando no está hablando -como no serían capaces de hacerlo en un café, porque allí estarían absortos en las pantallas de sus celulares-, me exaspera.
Así que ¿qué podría haber allá afuera para mí? Tal vez el amor, pero sinceramente, lo dudo.
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