Cosas sueltas

Me aburro todos los días. Me acuesto todas las noches cansada de oír el mismo ruido, de ver y escuchar las mismas cosas.

Me canso de esperar algo bueno de mi bendita especie. No hago más que desear una hecatombe que lo destruya todo para que esta tierra vuelva a empezar sin nosotros.

Me aburre sentirme diferente y ser rechazada por eso, pero a la vez necesitar ese rechazo para recordarme que no soy como ellos.

Me fastidian cada vez más los fanáticos religiosos que me acusan de pactos con el demonio cuando me declaro atea, mientras yo tengo que soportar sus imágenes, su dios y su amén por todas partes.

Me asquea la estupidez de mis compatriotas, de los extranjeros, de casi todos los humanos.

Pocas cosas me seducen tanto como la inteligencia y es tan difícil hallarla, que a veces siento que hasta en mí misma escasea.

No puedo entender que un pueblo, por cuenta del odio, prefiera lanzarse al abismo y rechace su propio bienestar, pudiendo perdonar, ser grande y benévolo.

Ya no me molesta, me duele, con dolor físico, tanta estupidez.

Me pesa tener que estar siempre demostrando algo: que sirvo para un trabajo, que estoy a la moda, que sé de qué me hablan todo el tiempo.

Lo peor es tener que fingir que algo me importa, cuando por mí, se puede ir todo a la mierda.

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