Rapunzel

 Cuesta creer que estuve viva y fui libre

desde esta celda recuerdo andar por calles y oler flores

ensuciar mis zapatos con mierda de perro

manchar mis shorts con chicles que se pegaban en los bancos del parque

y con sangre mensual

vomitar el vino dulce en muchos andenes y en el campus adorado

toquetearme bajo faroles con hombrecillos excitados y pelearme con señoras que paseaban perritos casi ahorcados por sus correas

mostrar los senos desnudos a algunos transeúntes

besar hasta que se me hincharon los labios

recoger las palomas muertas que dejaba mi gata

y extraños paquetes de mujeres celosas en la entrada de mi casa


Pero antes de vivir deseé mi muerte

y la suya 

tanto, que las horas que faltaban para ese momento parecían no pasar

¡Cómo la odiaba!

En las noches se me iba el aliento en espasmos de llanto rabioso

el odio volcánico se fue convirtiendo en el pitido sordo de la espera

pasados los años y encerrada en este castillo 

por una suerte de encantamiento terminé por amarla

primero con timidez, luego con pavor 

con una especie de ahogada necesidad 

como cuando era pequeña y el olor de su pijama me hacía conciliar el sueño

empecé a levantarme por las noches para comprobar que respiraba

me acercaba de lejos para sentir su olor

la dureza se fue volviendo una ternura muda 

que nunca más reculó:

empecé a rogar que fuera inmortal.


                                    Ya no saldré de esta torre

                                    hasta que cumpla mi condena 

                                    -una sin término-

                                    que tal vez sirva para lavar mis culpas

                                    o solo acalle la conciencia.



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