Otro día
Las horas pasan lentamente, no sé por qué se hacen cada vez más largas, dicen que es por la falta de ocupación y yo juro que trato de ocuparme: voy del computador a un libro, de una habitación a la cocina, hago café y fumo; el calor abrasa, el sudor resbala por mi piel pegajosa... Leo las noticias, pienso en las supuestas cosas buenas que están pasando en este asqueroso país y la voz de un duendecillo me recuerda que no podemos fiarnos de las supuestas buenas acciones, que todo es parte de un plan mucho más macabro que el anterior... Y yo no sé qué pensar, ¿Importan las intenciones cuando los actos pueden beneficiar a muchos? ¿Aunque sólo se hagan por egoísmo, propaganda o intereses, no habría que sentirse feliz de que por fin esté asomando la justicia? Igual tampoco creo en la filantropía pero gracias a unos cuantos ególatras se han logrado cosas buenas (y una cantidad de desastres también). Veo al tirano revolviéndose y no puedo dejar de alegrarme, fantaseo viendo su camisa roja de sangre pero ¿a quién engaño? no soy capaz de matar a una mosca, soy tan cobarde que dejaría de tomar leche si me dijeran que es mala; mucho menos agarrar una pistola o un frasco de pastillas y acabar con esta mierda llevándome a unos cuantos...
Salgo de la casa a un taller de no se qué, luego al supermercado donde no me interesa comprar nada. Siempre sola como en una especie de sino, tal vez sea una imposición; no soporto a nadie y nadie me soporta... No hablo con nadie y nadie me habla; por eso escribo, porque mi vida es sólo un monólogo interior de treinta y tantos años. Después de ir de un lado a otro veo que llega la noche y miro el reloj para comprobar que ya es hora de tirarme a la cama a combatir con el sueño...Tiene razón mi amigo Iván, para soportar esta ciudad hay que enamorarse o drogarse. Lástima que en estos momentos ninguna de las dos sea para mí una opción.
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